jueves, 28 de octubre de 2010

La abuela de la tecnología que rige al mundo sigue llamándose ficción

La tecnología existe ante todo para ratificar la ficción


¡La caverna de Platón fue el primer gran reality!

Si me fascinan las tecnologías (especialmente las digitales) es porque las observo desde una perspectiva estética. No es que me interese especialmente el diseño en su seducción visual, sino que me entusiasma seguir rastreando el origen de toda tecnología en una obra de ficción previa.

La tecnología existe para ratificar una ficción. Esa es su función más atractiva.

Generamos tecnología para que una narrativa de ficción transforme su protocolo. Ya vimos Skype a fines de los sesentas. Ya existía en 2001 la Odisea del Espacio. La función de la estética (en tanto gnoseología) es reeducar nuestros sentidos. Lo que llamamos tecnología también debe ser analizado estéticamente.

Lo que llamamos ficción (el concepto de ficción) es un invento moderno. Igual que el concepto de tecnología. No existe mayor epistemólogo que Giambattista Vico. La ficción es la que garantiza una tradición.

Y la sensación de perduración y progreso que guían lo que llamamos Humanidad.

Las catástrofes también suceden antes en la ficción: se las llama distopías.

Fue al comienzo mismo de las vanguardias. No sólo los Futuristas, sino también Picabia y Duchamp comenzaron a retratar máquinas como si fueran obras de arte. Al contrario que sus colegas soviéticos, a los citados europeos no les importaba tanto que sus máquinas no funcionasen. Al fin de cuentas eran pura representación. Las máquinas se volvían menos invisibles que nunca. Se transformaban en puro fetiche, puro deseo.

Warhol deseaba actuar como una máquina. Ser observado como una máquina. ¡Edipo Kraftwerk! El tiempo pasa y nos vamos volviendo cada vez más máquinas. Máquinas sobre el escenario.

Máquinas observando a máquinas.

Cuando ingresamos a un Metaverso como Second Life sabemos que seremos observados como un diseño, como una pura representación gráfica: como el producto de una máquina.

Alberto Ginastera pidió a Marta Minujín un diseño de puesta para su Bomarzo (ópera inspirada en la novela de Manucho Mujica Láinez). Minujín le presentó una invasión de televisores (televisores en vez de músicos, televisores en vez de público). ¿Televisores en vez de Ginastera? En los estadios, el público casi no ve a los músicos sino a través de enormes pantallas.

Aprendimos a no tenerle miedo a la mediación porque crecimos con la televisión. Si Debord hubiera tenido la suerte de crecer con la televisión hoy utilizaríamos mejor gran parte de nuestras paranoias.

El arte creció con la televisión y al revés también: la tele tomó bastante del arte. Si hubiera tomado más del naciente arte contemporáneo, la televisión sería ahora una experiencia interesante. Por ninguna otra razón, antes de cerrar definitivamente el Centro de Artes Visuales del Instituto Di Tella Romero Brest intentó convertirlo en un estudio de experimentación televisiva.
Esto sucedía en 1969.
Por la misma época que el hombre pisaba la luna.
Y nosotros lo veíamos por televisión.
Y seguimos dudando si esas imágenes eran realmente lunares.

¿A qué llamamos ficción?
A las narrativas fuera de tiempo.


Al fin de cuentas, hablar de lo que sucede en la televisión supone al menos una tercera parte de los contenidos de la sociabilidad contemporánea.

¿Una pintura no era acaso –desde el renacimiento, al menos- una pantalla? Un cuadro es una pantalla, esto lo supo muy bien Rhod Rothfuss. Las ventanas fueron las primeras pantallas. Bill Gates y Microsoft no se confundieron cuando bautizaron a su bebé.

¿Existiría el Pop sin la tele?
Mejor dicho ¿existiría el pop sin la reformulación de los imaginarios televisivos?

Tom Verlaine nos enseñó que sus iniciales eran la clave de su banda, pioneras del punk si las hay. No es raro que uno de mis grupos predilectos de los últimos años se llame TV on the Radio. Entre unos y otros, Phychic TV, Genesis P. Orridge y el T.O.P.Y.
Nuestra educación sentimental se funda en estos rayos catódicos.