martes, 1 de junio de 2010

Web y Vintage

Por una nueva ergonomía social: los tecnófobos también tienen blogs y escriben mails

El geek se define en su gusto por indiferenciar entre moda y tecnología (perfecto tropos donde una y otra coinciden en la más exacta confusión).

El tecnófobo, por su parte, también se objetiva en el mismo gusto, salvo que prefiere claramente una tecnología filiada a una época anterior. Otro modo de asumir lo vintage.

¿Estos aspectos que pudimos creer confrontados no ponen en escena una disputa apenas encubierta en lo que entendemos por confort? Es algo que tratamos de maquillar, pero la tecnología en todas sus fisonomías (directa o indirectamente) implica a las ideologías del confort. Ideologías que redundan y se consuman, claro está, en propuestas estéticas.
Es la enseñanza de artistas vanguardistas clásicos como Picabia, Raymond Roussel o Duchamp: ahí donde se determina una tecnología, se impone una estética.

Confort: el objetivo final de la tecnología industrial es invisibilizarse. Es lo que sucede con cualquier electrodoméstico: lo naturalizamos de inmediato, se camufla sumándose a las rutinas que le imprimimos. Lo convertimos en un elemento más de nuestro decorado. Sólo vuelve a manifestarse cuando no funciona como nosotros le exigimos. Ya lo sabemos: la tecnología se vuelve visible cuando falla.

Síntoma de nuestro horizonte cultural: tecnófobo no es aquel que no utiliza la tecnología, sino por el contrario aquel que utilizándola (y tan a menudo de modo intenso), la desprecia. Otro modo de estar a la moda.
Durante muchísimo tiempo el cenit de toda tecnología fue la creación de robots. Incluso antes de que el escritor checo Karel Kapek inventara la denominación. El robot, en tanto sirviente, no es más que un constructor de confort.
La peor pesadilla de la tecnología, por lo tanto, no es más que la perversión de ese confort. Todas las versiones de Astroboy, sus fábulas, la exponen: nada más horroroso que un confort para las máquinas.
El mismo terror que Asimov describió en Yo Robot.

Si para McLuhan la tecnología es nuestra continuación, en estas distopías el ser humano, por horrorosa inversión, no deja de ser sólo la extensión de las cada vez más autosuficientes máquinas. ¿Cuál sería entonces la tarea del arte que la de señalar infatigablemente lo extrañas que pueden resultar las máquinas? No estoy refiriéndome a ninguna otra cosa que no sea su desnaturalización: eyectarlas de la invisibilidad cotidiana.

¿Qué otra cosa es el vintage? Pura reutilización. Una estética que por definición se recorta de los modos visuales del presente. Si la estética es una forma de nombrar al tiempo, el vintage implica la puesta en escena de otra lengua. El vintage reinicia un camino que suponíamos clausurado: retoma el relato en el mismo punto en el que nuestro predecesores comenzaron a abandonarlo.

No debería tratarse de nostalgia, sino de la confianza en una estética que aún tiene mucho por decir. En este sentido, los pre-rafaelistas fueron vintage avant-la-lettre.

El esquema vintage no convoca ni a la utopía ni a su revés, la distopía, sino a su prima hermana, la ucronía. Interroga sobre los futuros probables e improbables de una trama que creíamos clausurada para siempre. El vintage desmuseifica convirtiéndolo todo en un museo (allanando las diferencias).

La virtualidad digital (la que hoy reorganiza nuestros imaginarios vintage) se determina, en todos los casos, en un hardware (condición elemental de existencia, al menos en nuestros tiempos anfibios). Hardware que necesariamente propone una ergonomía social (el sitio donde nuestro cuerpo se aloja mientras lo virtual se expande). No puedo más que recordar aquella figura narrada por Michel Tournier en su novela El Rey de los Alisos: el hipnódromo, esto es, la descripción de los cuerpos de los niños mientras duermen.

¿Cuál es tu postura corporal en este mismo momento, mientras leés estas líneas?
¿Qué nuevas posturas experimentamos mientras damos vueltas con nuestro iPad?

Cuantas más horas interactuamos en y con entornos virtuales, más sobredeterminante resultan nuestras posiciones corporales por personales. ¿Cómo se nos verá cuando todo esté de una vez por todas desenchufado?