Cultura y políticas del reciclado
Reciclar puede entenderse en dos sentidos. O mejor en tres.
Veamos. Primero. Proponerle un nuevo ciclo a un objeto, un material, incluso a una experiencia. Insistimos en lo mismo, pero de otro modo. Omitimos o abdicamos de la posibilidad de comenzar de cero.
Segundo. Persistimos en someter a ese objeto, o material o experiencia al mismo ciclo, con el propósito de profundizar en sus efectos. En este caso es la repetición, el loop el que manda.
¿Entenderíamos al ready-made si no adscribiéramos a la primera posibilidad? Digamos que se trata de otro viaje para la misma nave. Con la salvedad de inventarle funciones que antes nadie le había adjudicado.
Por supuesto, en nuestra época de reproductibilidad digital las alternativas se vuelven aún más complejas (chequear Mercedes Bunz). Vivimos en tiempos de reciclamientos virtuales literalmente incontrolables. Volveré sobre esto.
En el caso del trash, el reciclamiento es directamente inventarle (al objeto, material, etc) una nueva vida. Otra vida. Esta es una diferencia clave con el ready-made. De alguna manera, el trash no se deshace de su pasado “bajo”.
Obedeciendo a una teoría del valor podríamos decir que en el ready-made el objeto abandona su destino bajo para desplazarse a otro sitio, mientras que en el trash el desplazamiento es mínimo o incluso no existe.
En el trash no cambia el estado, sino sólo la valoración.
No faltaron quienes vieron en el ready-made una suerte de remedo de transubstanciación. El trash pertenece, es claro, a la segunda posibilidad.
Pero dije que existía una tercera, que es la que más me interesa en este momento. Y es (Tercero) la de proporcionarle otra velocidad.
El cambio de ciclo como alteración del pulso de la marcha.
Si convenimos con Nicolas Bourriaud en que “el mayor hecho estético de nuestro tiempo reside en el cruce de las propiedades respectivas del espacio y el tiempo, que transforma a este último en algo tan tangible como una habitación de hotel”, quedan pocas dudas sobre lo capital de este cambio de velocidad. Prosigue Bourriaud: “Por estos nuevos modos de espacialización del tiempo, el arte contemporáneo produce formas aptas para captar esa experiencia del mundo, a través de prácticas que podríamos calificar de time-specific, como respuesta al arte site-specific de los años ’60, y por la introducción, en la composición de las obras, de figuras tomadas del desplazamiento espacial (enrancia, trayectos, expediciones).”
Se me podrá objetar: no todo cambio en la estructura es propiamente reciclado. Pero lo cierto es que el cambio de tempo hace que todo cambie siguiendo (casi) exactamente igual y sin embargo distinto. La velocidad (a más, en menos) reinventa al tiempo.
¿De qué modo se alteran los ciclos en la era de la velocidad? Esta interrogación termina por resultar definitivamente concluyente.
Reciclado implica en todos los casos, adelantamos, otra orbitación, una configuración de órbita diferencial.
No es difícil coincidir con Diedrich Diederichsen: el loop se expande e impone. Y nuestras percepciones culturales son directamente proporcionales al tempo de estos loops.
El reciclado, finalmente, pervierte al abandono. Extiende. El loop, acaso ¿no es una forma de no irnos? También de perpetuar la meta, sin dudas. Meta que por definición jamás abandona el punto de partida.
Escribí recién: “una forma de no irnos”. Necesito precisar. No irnos, sí, pero no de reafirmar la cercanía. El reciclado (y el loop) nos permiten poder estar muy pero muy lejos, sin movernos del mismo sitio.