La ideología reinante en el mundo del software (y del hardware) está más en sintonía con el arte moderno que con el contemporáneo: la atemporalidad resulta un estorbo.
Un artista como Mateo Amaral hoy se deja fascinar por el Telharmonium (o Dynamophone): los fracasos del pasado sirven para remixar la percepción del mundo. Sus animaciones tienen mucho de esa estética desplazada, de tecnología vetusta, interferida y de mal funcionamiento: ya no la lectura difusa sino una contemplación ruidosa. La tecnología (en tanto estética) como pura interferencia (Vuc Cosic no esperaba nada diferente en la recepción de su Net.Art).
Para generar su murmullo babélico, Cildo Meireles apiló decenas y decenas de radios de todas las épocas. La tecnología de plazo vencido (el trash hardware) se recicla artísticamente. Un ruido moderado. Lo ilegible (contaminado) bajo control.
Es el punto en el cual la eficacia del hi tech y la del arte contemporáneo difieren. Así el diseño vintage es pura superficie: no es más que tiempo estetizado. ¿El prerafaelismo no fue su precursor? El arte contemporáneo no desecha, sino que reformula el concepto de novedad y con él el de tiempo. Las batallas (los desbarajustes) se observan en la noción de clásico.
Deberíamos revisar otra vez las interrelaciones entre memoria, descolocamiento y ambiente. ¿Carlos Huffmann y Nicolás Mastracchio no propusieron viejo software (y hardware) para renovar una sensación? Ya no se trata de estar en la cresta de la ola, sino de encontrar los tesoros que permanecen sumergidos. También pienso en obras arcaizadas: Lo que el viento me trajo, de Villar Rojas (¿todo habrá empezado con esta dedicatoria?), en Rat-Line, de Minaverry. Max Gómez Canle enfatizó que los estilos del pasado no tienen por qué considerarse clausurados.
Para muchos los dos libros argentinos del año pasado fueron Peripecias de no, de Chitarroni, y la biografía de Osvaldo Lamborghini escrita por Strafacce: imaginarios de los setentas y los ochentas que reafirman que bucear todavía vale la pena.
Clásico es una tregua: un archivo desplazado. No ya lo atemporal, sino lo re-temporalizado (como el vintage, como el trash nostálgico). Clásico son datos backupeados que siguen siendo útiles a modo de referencia (se habla de software clásico). ¿Pero cuál es su disponibilidad? Hace unos días volví a ver un negocio que vendía (restauradas) heladeras Siam típicas, prontas a cumplir medio siglo. En el McDonals cercano a mi casa, la cajita feliz te permite elegir entre Tom & Jerry, los Jetsons y los Picapiedras. ¿Clásicos, atemporales, vintage?
Nos preguntamos una y otra vez si, frente al avance irrefrenable de la cultura software y sus expansiones web, los artistas deben revisar (y remixar) una y otra vez aquello que la velocidad y los criterios de eficacia de cada época postergan y abandonan, señalando esos usos que escapan a la industria. Como pide Brea, una posición crítica con un universo visual que pone en órbita todo tipo de imágenes rescatadas.
Insisto con el pulso propio. Con lo que dice Clay Shirky en este video que presenta Sebas en Esperando en vendaval. Tanto el usuario productor como el low tech coinciden en la urgencia de una imposición personal del tiempo.
El low tech es imprimir a la tecnología un tiempo propio. Y sobre todo sabe sostenerlo: esta es su dimensión política. La cultura arduina (que rebasa el hardware libre que le dio origen) también se instala en su pulso propio.
Ya no se trata sólo de tunear una superficie con un diseño antiguo (que un usuario consumidor cambiará mañana por otra y pasado por otra más), que es algo muy parecido a probarse, una detrás de otra, remeras con estampados oldies, sino por el contrario de entender cuál es su función cultural. La tecnología es una función cultural más: no está al principio ni al final, sino que se reditúa más y más como extensión y conexión.
La tecnología también se psicobanaliza por el diseño (gracias Diego por el término).
El arte a veces se empeña en entronizar ciertas subjetividades como espectáculos diferenciales. Como si fuera pura homeopatía de género: ahí donde singularidad se confunde con mayores desajustes cada vez más pronunciados. Sin embargo, tantas veces olvidamos que una subjetividad es, básicamente, una unidad de tiempo (y un efecto temporal).
Nosotros también somos tiempo. Y el tiempo pasa.
viernes, 30 de enero de 2009
Rebosando sex appeal atemporal
Publicado por rafael cippolini en 10:49:00 a. m.
Etiquetas: desarticulabilidad, diseño, Infostranenie, poéticas del ruido, política de fines, tiempo virtual, vintage