El tuneo expandido (o tuning), entendido como categoría cultural, será por siempre un esplendoroso crimen (la pesadilla de Adolf Loos), tanto como un método de autoconversión de tu aspecto en una marca registrada (¿se acuerdan de esa publicidad de automóviles que utilizaba los anteojos, cabellos, bigotes y demás accesorios de Lennon, Marley, Einstein, Chaplin y otros iconos del siglo pasado para exhibir las bondades de la construcción industrial de singularidad?), así como también una mutación a menudo amable (unos cuantos accesorios para reformar/deformar/exagerar tu identidad) y un formateo que si no cambia ni al mundo ni a tu destino por lo menos acaba por renovar tu entorno más próximo: tu look y todo lo que éste provoca.
El tuneo expandido podría definirse por una tensión (a la vez que un equilibrio) entre el arquetipo y el isotipo. Sístole pero diástole en los reinantes centauros semiológicos y míticos: si en el pasado era el isotipo el que tenía que arreglárselas para contraponer las energías del arquetipo, siempre jerárquico y expansivo, lo cierto es que los tiempos han cambiado y es éste último el que actualmente tiene que generar todo tipo de estrategias para no estrellarse o perderse en las órbitas del primero.
El tuneo expandido es el espacio de batalla con el que la contemporaneidad convida a la semiología y a la mitografía.
Como el inolvidable Ringo Starr tuneado de Frank Zappa en 200 Motels.
Los kits comienzan en la infancia: heredamos de abuelos, padres y tíos ese complejo cultural llamado Mickey Mouse, al que jamás se le superpusieron las orejas en ninguno de sus perfiles. Dos círculos alineados sobre una cabeza ya construyen el perfil del astro de Disney (lo cierto es que me sumo a los admiradores de su gran contrincante, ese pato malhumorado llamado Donald). Nada más efectivo y sintético que este tuneado.
Luego llegaron los prototipos que generaban su entorno, como las Barbies y los Playmobil, que a su vez eran su absoluto reverso: si los accesorios constituían su singularización, lo cierto es que Playmobil y Barbies no son mas que clones de si mismos, una pura diversidad. Conocemos el prototipo sólo como identidad en expansión.
Una vez más, el puzzle cultural que nos conforma exhibe sus lábiles trampas.
Hoy todos habitamos el Universo Simpson. Y el de South Park.
Si en el pasado reinó el arquetipo tuneado y basta con pensar en Ciudad Evita, esa pequeña metrópoli que se divisa desde el aire con el perfil de Eva Duarte de Perón (chequeen ese inolvidable rodete desde el Google Earth en el presente los elementos proliferan con la semántica de los juguetes mencionados: el significante cultural se satura a la vez que se diversifica.
Tuneo no es sino la más explícita de las declaraciones sobre la necesidad de vivir otras vidas, de derivarse a otros destinos sin abandonar lo que somos. Todo lo diverso a un disfraz: no se pretende ocultar nada sino experimentar un heterónimo como prolongación de nuestra materia de base.
Artistas como Leonel Pinola o Daniel Basso cimentaron sus obras en la búsqueda sistemática de esta saturación: no sólo dios habita en los detalles.
No dejen de ver esta lección del divertidísimo Stevie Riks, que nos regala una clase magistral sobre cómo construir nuestro propio Paul McCartney (un archivo de gestos y tics inconfundibles haciendo click acá) ni de revisitar estas viejas propagandas que tematizaron el tuneo de diferentes tribus urbanas como rolingas, rugbiers y fans.
Y es que, como bien sabemos por las culturas y subculturas del rock, no hay tribu que no se distinga por su uniforme (que es el ADN del tuneo) en el que se entremezclan y potencian el mundo simbólico y gestual hasta límites muchas veces insospechados.
La proliferación lo alcanza todo: hasta las amas de casa reconvertidas en productos de la mitología pop.
Cada vez más, somos el resultado de un tuneo.
Apurate a tunearte antes de que lo hagan por vos.
PD: ¿Querés explorar más sobre el tuning? Entonces zambullite en Tuningpedia, la Enciclopedia del Tuning.
Al fin de cuentas, en un futuro no muy lejano todos participaremos de una existencia transformer.
La frase del título es una ya clásica sentencia del B.Ode Lescano.
viernes, 16 de noviembre de 2007
Si no podés cambiar el mundo, por lo menos cambiá de peinado
Publicado por rafael cippolini en 9:07:00 p. m.
Etiquetas: cultura rock, diseño, exploraciones, mitologías