jueves, 8 de noviembre de 2007

Memory almost full o los presentes contaminados

¿Siempre hay palabras? ¿Y cuando simplemente estas no llegan o lo hacen demasiado tarde? “Y hoy estoy en peligro sin palabras / que amueblen el vacío.” ¿Qué hay cuando no hay palabras? ¿Imágenes?

Ayer fuimos a escuchar y ver a Björk al Gran Rex. Creo que fue al finalizar el segundo tema que la chica maravilla pidió al público que por favor ya no siguieran sacándole tantas fotos con los celulares, que la catarata era tan incesante que la desconcentraba.
No estaban disfrutando el show, sino especulando en cómo obtener un posterior disfrute de su recuerdo. Un presente preterizado.

Últimamente me empecino en escribir contra los modos de preterización del presente. Es casi una cruzada.

Antes de que yo naciera mi papá compró una filmadora de 8 mm. Y registró todo: mis primeros minutos de vida, mi primer cumpleaños, mi concentración en los juegos de entonces, mi familia desayunando, almorzando, incluso durmiendo. Obviamente, los recuerdos de mi infancia están modelados por esas imágenes, por esas películas.

Hoy todo se registra. Todo. A cada segundo se inician decenas de bancos de imágenes. Internet es el soporte de millones de ediciones de imágenes de vidas privadas.

Hace no muchos años, un artista argentino de los sesentas inició acciones judiciales contra quienes realizaron la reconstrucción de las obras de un colega: la documentación aplicada mata al mito. A estos niveles llega el fascismo del sentido. Por supuesto, no nos olvidamos que cualquier interpretación es un intento más o menos desesperado por capturar lo que está destinado a disolverse, a modificarse en el recuerdo.

Hace muchos años, cuando comprábamos revistas como Pelo o Expreso Imaginario y las visitas de artistas del rock eran más que esporádicas, la visualidad que acercábamos a nuestros discos eran tristes fotografías en blanco y negro, mal reproducidas y algún dossier esporádico en el sobre interno de un long play. Con You Tube, las imágenes del pasado vuelven a explotar. Ya no sabemos qué hacer con tanto pasado. Lo disfrutamos, pero nos excede. Todo el tiempo.

Es cierto también: ya sabemos que las operas primas suelen ser pequeñas retrospectivas. Exorcismos de un camino de llegada.
Propongo en espejo al comienzo del poema de Silvio Mattoni del primer párrafo, otro inicio que también pertenece a su último libro, El descuido: “Quisiera descuidarme de mí mismo / como la primera vez en que algo raro / me agarró de los pelos y me puse / a escribir, solo, sin ningún motivo”. ¿No podemos sino escribir para un interlocutor, aunque seamos nosotros mismos?
¿La memoria reclama en todo momento un interlocutor?

Vivimos en una era de tensiones: cada vez escribimos más (en mails, en chats, en blogs) y cada vez nuestras vidas están más narradas en imágenes. Como en ninguna otra época. La convivencia entre palabras e imágenes hoy conoce vértigos de los que pocos quieren ocuparse.
Somos el producto de estas fricciones.

Julián D’Angiolillo da comienzo a su tan querible La Desplaza con un breve párrafo de David Byrne: “Realmente disfruto olvidando. Cuando llego a un lugar por primera vez me fijo en los pequeños detalles. Noto cómo se ve el cielo, el color del papel blanco, cómo camina la gente. Todo. Así que sólo olvidando puedo ver el lugar como realmente es”.

La memoria es la tentación de una explicación. Todo archivo de imágenes, pura ortopedia de memoria, también lo es. Queremos retenerlo todo, explicarlo todo.
Una imagen, un statement, ambos en pasado. Esta convertibilidad es agotadora.

“(…) Yo quería contarte que hace algunos días también estuve mirando un edificio durante mucho tiempo. Me quedé sentado en la vereda de enfrente y en determinados momentos, estaba seguro de poder ver la diferencia esencial que existía entre los pedazos de las paredes a las que les daba el sol y a las que le daba la sombra;
creí ver lo que desencadenaban, porque todas las propiedades habían cambiado. (…) Inmediatamente creí que debía escribir un poema y, a la vez, pensé que no debía confundir una simultaneidad de calendarios con algún tipo de proximidad, supe que en algo había un error, y ese error, extrañamente, me reconfortó. Nunca creí que debía contarte cosas como estas, pero algo se perdió”.

Este texto fue publicado en el primer número de la revista de poesía 18 whiskies, cuando despuntaban los 90. Está firmado por Andrei Mapka, un seudónimo.

Cada vez sueño más con una época en la que el presente ya no sea una excusa del pasado.
No es fácil.