jueves, 22 de noviembre de 2007

Millones de pantallas, millones de parches

Suelo creer que nuestro banco de imágenes mental, que rige los parámetros de nuestra sensibilidad y constitución perceptiva, imita al programa Picasa: el inconsciente de la civilización en la que vivimos también lo hace.
Las imágenes de nuestras culturas vienen formateadas en ortogonales: millones y millones y millones de imágenes cuyos límites tienen forma de cuadrados y rectángulos. Dos mil millones de fotografías en Flickr, dos mil millones de rectángulos o cuadrados. La colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York tiene 100 mil obras, de las cuales la gran mayoría son cuadrados o rectángulos: pinturas, dibujos, grabados, fotografías, videos, películas y planos.

Comencé el día leyendo el volumen Ernie Pike, cuatro décadas, que reúne comics de distintas épocas del personaje creado por Oesterheld: la narrativa dibujada también se resuelve en cuadrados y rectángulos.

Los artistas de vanguardia filiados al arte concreto sabían perfectamente que la historia de la pintura es la epopeya y triunfo del concepto de ventana. La visualidad condicionada por un marco.
No dudo que gran parte del éxito de Windows se deba a la profundización y nuevos dinamismos de esta certeza.
Por supuesto, existieron los ventanofílicos: quizá Rod Rothfuss haya sido el primero de esta estirpe.

El artista uruguayo fue el pionero en difundir la necesidad de acabar con el formato ventana, con el fin de desbarajustar la necesidad de representación. Las pinturas de marco recortado madí dan cuenta de lo que digo.

McLuhan alguna vez creyó que la Era de la electricidad triunfaría sobre el centrismo ocular de la Era visual descripta en su Galaxia Gutenberg. La política económica de nuestra biología responde a este síntoma.

De Kerckhove: “Un experimento que recomiendo para comprobar las diferencias entre la escucha oral y la alfabética (visual) es agachar discretamente la cabeza y cerrar los ojos en la próxima reunión social. Se sorprenderá del número de diferentes conversaciones que es capaz de seguir al mismo tiempo. Luego, abra los ojos e intente seguirlas. Se dará cuenta de que esto le resulta muy difícil, sino imposible. La razón de esto es doble: en primer lugar, los ojos emplean una gran cantidad de energía mental. Nuestras funciones sensoriales son selectivas. (…) Algunos sentidos requieren más energía que otros, como, por ejemplo, la visión, que requiere dieciocho veces más energía que la audición. La visión periférica es más rápida y comprensiva que el oído, especialmente bajo las condiciones de la cultura visual”.

Cuando asistimos a un concierto en un estadio, terminamos viendo el show por inmensas pantallas colocadas al costado del escenario.
La realidad necesita de la pantalla, es decir, de una ventana alternativa.


Lev Manovich, tomó la pintura como punto de partida de su arqueología de la pantalla contemporánea (“Una arqueología de la pantalla del monitor”, de 1996).

En su imprescindible Antropología de la imagen, Hans Belting nos recuerda que “los filósofos responsabilizan a las imágenes del mundo de que la representación del mundo haya entrado en crisis. Baudrillard incluso llama a las imágenes “asesinas de lo real”. Gran parte de ese asesinato de escala gigantesca tiene forma de ventana.
Una ventana es un hueco en la frontera, que delimita un adentro y un afuera: el espacio o canal de observación que separa el resguardo de la tan atractiva intemperie. Una ventana es la clave de esa diferencia, de esa división.
Una ventana es una abertura que proporciona al adentro luz y ventilación, pero a la vez, ya lo sabemos por el tan célebre espejo-ventana de Lewis Carroll, asimismo es la vía de acceso y umbral que nos separa de los universos de la representación, de la reproducción y de la apariencia.
Al fin de cuentas, una ventana no deja de ser (también) una puerta reducida, uno de los límites más intensos para cualquier visión.

Hace tiempo que venimos pensando como liberarnos de nuestra adicción a las ventanas-pantallas-monitores. ¿Cómo experimentaremos el ciberespacio cuando ya no existan las pantallas? Y es que la ventana-monitor es también el dique que contiene y soporta la temible avalancha de la virtualidad y sus invasivas ficciones.
Cada día advertimos más grietas en las paredes de contención.
Millones de pantallas, millones de parches.