La diferencia insoslayable entre Hi Tech y Low Tech no es ni la inversión ni (menos aún) el diseño de producción. Es el uso y la concepción del tiempo. El abismo ideológico se testea justamente ahí.
El tiempo del Hi Tech es alienante. Es equivalente al calendario industrializado de los medios (producir tanto contenido en tanto tiempo), al de las cada vez más redundantes bienales y ferias de arte (ya sabés: si en ellas todavía tomamos contacto con propuestas necesarias, lo cierto es que lo hacemos en medio de otras tantas o más absolutamente descartables), al de una burocracia que necesita inventar ridículas novedades para expandir sus mercados.
El Low Tech (el mejor Low Tech) es el tiempo de tus sueños. De tu líbido más profunda. De tu obsesión indeclinable. Subsiste con réditos infinitamente menores.
Por esto, el arte que más nos conmueve, el que cambia nuestra cabeza y percepciones, así como la tecnología que finalmente se instala como nuestra extensión más potente, poseen sus propios calendarios que pocas veces coinciden con las agendas de la industria.
De la Gran Industria. Sí, sí, ni más ni menos: tecnología de autor.
Digámoslo de este modo: el Low Tech es una pequeña industria de tiempos diferenciales, que elabora sus creaciones en coordenadas cuyas pautas jamás resultan tan exteriores y condicionadas. Saber competir no significa aceptar los tiempos de los poderosos. Por el contrario, es deshacer una parte de ese tejido para desarrollar un taller que, ante todo, reconoce tu ritmo.
Es cierto que siempre (o casi siempre) los peces grandes terminan devorándose a los chicos.
Las grandes empresas siguen sumando Low Tech: es otra forma de agilizar su marcha. Pero siempre es otro anexo: ese apéndice oscilante.
Decía en un posteo anterior que el arte invariablemente barbariza a la tecnología: la obliga a hablar otra lengua. El Low Tech es el aliado perfecto en esa barbarización. Es una herejía dinámica.
Con los tiempos del pop sucede lo mismo. Camille Paglia o Greil Marcus no intentaron nunca amoldar las expresiones de una cultura rabiosamente actual a los arquetipos de una tradición con todos los tránsitos en su haber, sino diversamente detectar qué tienen en común una y otra. En qué se potencian. En este sentido los mitos de la cultura pop siempre hablaron otra lengua. Como dirían Deleuze y Guattari, una lengua menor.
Cuando se vuelve repertorio, cuando ingresa en la mitología (su sistema) el mito deja de serlo. Se vuelve clásico. Y el clasismo posee límites, por algo lo “clásico” tiene que reinventarse constantemente. El mito no. Puede desplazárselo, pero jamás limitárselo. El mito es siempre viral: encuentra el modo de contagiar. Esto lo define. Lo clásico sólo sabe resistir en su espacio. Mientras lo clásico corre el riesgo de transformarse en spam, el mito se conduce como un virus: jamás lo percibimos del mismo modo.
Cuando el viernes pasado terminamos de charlar con Fernando García en el ciclo Mecánica Popular, se acercaron a la mesa a saludarnos Alfredo Rosso y Pipo Lernoud. Pueden imaginárselo: bajo muchos ropajes y acumulaciones, sigo siendo exactamente el mismo que durante su adolescencia empapeló su pieza con las páginas de la revista Expreso Imaginario. Lo cierto es que ahí estábamos, en otra época, en la Fundación Telefónica. Fue entonces cuando Pipo dijo esa frase letal: “La ópera Tontos, de la Pesada, fue el primer Second Life”.
Mientras cenábamos, un rato más tarde, Fernando me preguntó: “¿tenés idea de lo que habrá querido decir?” y de inmediato me propuso: “Por favor, escribamos sobre eso.” El desafío sigue en pie.
En este posteo no hablaré de Tontos, que es uno de mis vinilos top five. Más bien bocetaré algo parecido a una introducción. Me referiré al mito de La Pesada. No, no. De Billy Bond.
La Pesada del Rock no es ni será jamás del todo un clásico. Un clásico funciona en una cronología. Es histórico. Define lo que se quiere escuchar de una época. Es un relato que puede asirse. Se pueden ensayar sus límites con precisión. La Pesada en cambio, es un mito. Es más: todavía estamos tratando de definir esa experiencia sin ponernos de acuerdo.
Billy Bond comenzó su carrera inventando su personaje. Y en este gesto fue más allá de Dylan.
Porque al fin de cuentas éste último ancló el origen de su identidad (aunque, por cierto, luego se encargara de expandirla) a un poeta: Dylan Thomas. Sí, Dylan siempre fue “pop alto”. Mientras que Billy Bond, desde sus primeros singles anteriores a la Pesada, se fraguó un mito “bajo”. Giuliano Canterini era nada más, ni nada menos, que Bond.
Si, Bond. Si ese otro mito conocido como James Bond ya linkeaba con el célebre Sir Thomas Bond, ya entonces Billy estaba linkeado al futuro: a la otra Bond Street. No la del Picadilly: sino a la avenida Santa Fe. Lo gracioso es que no existe, ni allá ni aquí ninguna Bond Street. Ninguna calle con ese nombre. Incluso hay Bond Street por fuera de su geografía. Billy Bond se aprovecha de esa indefinición, de esta calle inventada.
Y es que Billy Bond es una máscara. Una plataforma. Un avatar.
Es ese personaje que se sobreagrega a Canterini. (No dejen de hacer click acá, acá, acá y acá).
En la charla de Mecánica Popular alguien del público preguntó por qué tantos usuarios de Second Life creaban identidades ficticias en el metaverso en vez de hacerlo en el mundo unplugged. De este lado del espejo.
Es cierto, el metaverso es un espacio-instrumento muy flexible para este tipo de mutaciones. Pero ¿y los discos?. Las grabaciones y las cubiertas fueron un canal hecho a medida para la viralidad de los mitos.
Por eso es que mientras muchas bandas y solistas del pasado se convierten en spam, la Pesada sigue siendo un virus de información.
Por ejemplo ¿dónde empieza la pesada? Discos como La Biblia (de Vox Dei) por el Ensamble Musical de Buenos Aires, o bien Buenos Aires Blues ¿son o no son La Pesada? ¿O el disco con Jorgelina Aranda? La Pesada antes que nada, fue un modo de hacer las cosas: filosofía Low Tech muchísimo antes de que comenzáramos a utilizar el término.
Sí, sí. Continuará, claro.
Addenda: no dejen de clickear acá. Y acá.
Addenda 2: otros links Bond acá y acá.
lunes, 20 de octubre de 2008
El mito es la utopía de una moda interminable
Publicado por rafael cippolini en 9:15:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, alto y bajo, Contagiosa Paranoia, cultura rock, históricas, mitologías, poéticas del ruido, sujeto pop