No tengo idea por qué vía llegaste a este posteo. No sé desde dónde me linkeaste. Qué leíste o viste inmediatamente antes. Nuestro tráfico de navegación web tiene tanto de azaroso como de rutinario, pero en todos los casos nos define: es información que construye nuestro perfil.
Somos (estamos hechos de) la información a la que accedemos, que tuneamos y atravesamos.
Casi la totalidad de cookies que detecta mi antivirus son espías que reenvían datos sobre las rutas que vamos trazando en el cyberespacio. Desde hace un tiempo vienen publicándose notas sobre la creciente paranoia de los usuarios de Facebook: ¿en qué manos cae la información que generamos?
Soy de los que piensan que la web no sólo es un inconmensurable y permanente tráfico de datos, sino que ante todo debe considerarse como un fabuloso campo de pruebas y exploración: a diferencia de los expedicionarios que cuando descubrían sólo rebautizaban un espacio existente, la web se reinventa día a día.
Y si bien está repleta de quienes utilizan plataformas (como blogs o sites) como archivos de almacenamiento, coincido con Brea en que es la memoria operativa (ram) la que está modificando los formateos culturales.
Brea: “Cultura_RAM significa: que la energía simbólica que moviliza la cultura está empezando a dejar de tener un carácter primordialmente rememorante, recuperador, para derivarse a una dirección productiva, relacional. (…) El tipo de memoria que produce la cultura no es tanto un archivo (y back-up, una memoria de disco duro, ROM en la jerga informática). Sino más bien, y sobre todo, una memoria de proceso, de interconexión activa y productiva de datos (y de interconexión también de las máquinas entre las que ellos se encuentran distribuidos, en red).”
Todavía me divierte recordar cuando una amiga me comentaba, hace mucho tiempo, que estaba cansada de que su novio utilizara su disco rígido como un ropero: cuando la memoria de almacenamiento de su máquina estaba saturándose, tomaba prestado un espacio en la de ella como si fuera un estante o cajón.
Como sea, la marca que dejamos en la web (un posteo, por ejemplo) forma parte de un recorrido semántico y morfológico que nos supera por completo. Godard pedía que una película invitara al espectador a comenzar a verla por cualquier parte, en el momento que él disponga. Pienso también en El almuerzo denudo (Naked Lunch) de Burroughs: durante toda su gestación (e incluso bastante después) no fue otra cosa que decenas de papeles mecanografiados y dispuestos de mil formas. Claro, leímos esos textos como toda otra novela, prosiguiendo un orden; pero éste orden es muy posterior a su ejecución. Es un plan de lectura, no de escritura.
Con la web pasa lo mismo. La información invariablemente obedece a un plan de lectura. Al igual que las cookies-espías, no hacemos otra cosa que definirnos por nuestras lecturas. Por la manera en que leemos, por nuestras elecciones.
Esto es lo que más le cuesta entender a quienes de mil modos se resisten a la anfibiedad. No entiendo a un posteo como un ensayo en el sentido más clásico. Un posteo es un tipo específico de producción (ya textual, ya de imagen). Un posteo es una unidad de memoria ram: un disponibilizador, no un almacén. Puede que en algún momento utilice parte de este texto para un ensayo. Pero mientras tanto es sólo esto: un posteo. ¿Otra forma de ensayar? Tal vez. Aunque no un ensayo en el sentido de Montaigne.
Cuando digo que soy un ensayista full time no necesariamente quiero decir que lo único que hago es escribir ensayos en su tradición más notoria.
El título de este posteo es una cita de Proust que leí en un libro de Lévi-Strauss. Se trata de un fragmento extraído de las primeras páginas de “Mirar, escuchar, leer”.
Lévi-Strauss: “[Proust escribió sobre En busca del tiempo perdido]: ‘Algunos querían que la novela fuese una especie de desfile cinematográfico de cosas. Esta concepción era absurda. Nada se aleja tanto de lo que hemos percibido en realidad como semejante visión cinematográfica’. Las razones de esta idea preconcebida no son sólo, quizá no sobre todo, de orden filosófico o estético. Son indisociables de una técnica. En búsqueda del tiempo perdido se compone de fragmentos escritos en circunstancias y épocas diferentes. (…) En ciertas ocasiones hay que trabajar con “restos”, y las disparidades saltan más a la vista.”
Quien utiliza a internet como plataforma de su escritura, reconoce en su propia práctica de lectura este “avance de lectura” conformado por infinidad de fragmentos, de voces, de informaciones de lo más diversas.
La cronología que resulta de esta dirección es por completo nueva, ya sea una lectura de consulta, de búsqueda, de merodeo. Este nuevo capítulo que debe agregarse-actualizarse en las proliferantes “Historia de la lectura” (mi favorita sigue siendo la de Roger Chartier y Guglielmo Carvallo) implica un tipo diverso de percepción del mundo y construcción de sentido.
Somos conexión múltiple e ininterrumpida.
viernes, 24 de octubre de 2008
Al ser nuestra vida tan poco cronológica
Publicado por rafael cippolini en 5:16:00 a. m.
Etiquetas: anfibiología, Cyberculturas 98.5%, Descontextos, exploraciones, inconsciente informático, política de fines, redireccionamientos, Registro, Reproducción