martes, 26 de enero de 2010

Heavy Download

Apuntes sobre la filosofía de la disponibilidad de información

¿Descargar contenidos? Otra vez invertimos los términos: no estamos hablando de la fragilidad de lo que llamamos derechos de autor, sino de la mutación de un concepto de industria.

La proliferación de las tecnologías digitales modificó culturalmente el modo en que las industrias se conciben a sí mismas. Es la relación de la creación (de los artistas) con las industrias la que ingresó hace tiempo en una nueva dimensión.

En lo que refiere a las artes, podríamos iniciar la pesquisa desde la perspectiva de dos diversas conductas de artista: aquellos que adhieren a una concepción de la industria que es propia de los siglos XVIII, XIX y XX y aquellos que apuestan a los cambios imparables del siglo XXI.

Todo artista adhiere a un concepto de industria.
Walter Benjamin se preguntaba por el aura. Es el concepto de valor el que una vez más se pone en juego. No me refiero sólo al valor económico.

Un grupo como Metallica, cuando persigue a los fans que descargan gratuitamente (ilegalmente) sus discos ¿no pone en juego un trasfondo ideológico? ¿No se trata de una política cultural la que entra en debate?
Claro, no sólo es Metallica.

En la vereda opuesta, Wayne Coyne, de Flaming Lips, reconoció (como tantos otros) bajar música.
Carlos Sampayo publicó sus memorias en el hurto de discos (en la era unplugged). Todos sus seguidores agradecemos su histórica pericia.

No hablo sólo de algo que afecta a los grandes sellos musicales. También a los tipógrafos (los ejemplos pueden multiplicarse enormemente), pero es habitual que su actitud sea distinta.
¿Cuál es el valor de compartir contenidos?
Cuenta la leyenda (seguramente apócrifa) que Ralph Waldo Emerson había colgado en su biblioteca un vistoso cartel que rezaba: “no presto libros ya que gran parte de esta biblioteca está compuesta de libros que no he devuelto”.
No sólo es una ética.

También (como lo han dicho antes) es una estética.

La web redimensiona todo.
Y no necesariamente lo vuelve más grande.


Por ejemplo ¿qué valor tiene un posteo?
Es más ¿qué valor tiene un blog?
Las estéticas de blogueo (distribución de información y contenidos en la cual el diseño es sólo un peldaño) hablan mejor del estado de la industria cultural que el plan de las pymes culturales que intervienen en un ministerio.
Todo depende de qué lado lo observes.

Lo mismo sucede con el arte. Hay artistas que le temen a los bits. Están convencidos que algo fundamental se pierde frente al alud digital. Daniel Melero subrayaba hace casi 20 años que el sonido de una baguala cantada por Mercedes Sosa estaba procesada por una cámara electrónica. ¿Y eso la volvía menos valiosa?
¿Cuántos directores utilizan en una misma película video y fílmico?
Desde el momento en que algo puede digitalizarse, su distribución ingresa en otra economía (perceptiva, cultural).

Y no me refiero a la factura. Jack White, como tantos otros artistas, graba discos de vinilo y piensa su música para la densidad de sonido de este soporte. El gesto de un dibujo realizado con un lápiz de grafito sobre un papel me sigue conmoviendo más que tantos experimentos de software.
Una confesión: manuscribo tantísimo más de lo que tipeo en mi computadora.
Sin embargo, no me simpatizan (para nada) los fundamentalistas de un soporte. Quizás el papiro sea el mejor soporte ¿y?

Ser anfibio (interactuar en contextos digitales y analógicos) no es ser mejor. Simplemente es el modo en que pienso que mis recursos se encuentran mejor administrados.

Filosofía Hacker: “Lo que distingue al modelo cerrado -construido sobre la restricción del conocimiento mediante la exaltación de la propiedad intelectual- del modelo abierto representado por Linux -basado en la colaboración y la descentralización- queda recogido en la elocuente metáfora que da título al ensayo del hacker Eric Raymond La catedral y el bazar (1998).

Ambos espacios representan dos formas opuestas de entender la producción cultural y su distribución: centralización, aislamiento e individualismo frente al desorden abierto y el intercambio horizontal. Y ambos modelos conviven estrechamente aunque, según Raymond, “es posible que a largo plazo triunfe la cultura del software libre, no porque la cooperación es moralmente correcta o porque la ‘apropiación’ del software es moralmente incorrecta [...], sino simplemente por que el mundo comercial no puede ganar una carrera de armamentos evolutiva a las comunidades de software libre, que pueden poner mayores órdenes de magnitud de tiempo cualificado en un problema que cualquier compañía” (Raymond, 1998, 27).”