lunes, 7 de diciembre de 2009

Avatares versus fantasmas

Un avatar es todo lo diverso a un fantasma.
Este último siempre fue un espectro en un mundo físico, razón por la cual nuestros sentidos proporcionaban la voz de alarma: el mundo material tiene (advertía) una falla (una grieta, un umbral alterado).

Esto que nos circunda no debería estar aquí. Investiguemos por dónde ingresó.

El avatar, contrario sensu, no es sino nuestro avance físico en un mundo digital, virtualizado. Si necesitamos otros ojos y otros sentidos para hundirnos justo ahí donde antes no veíamos, debemos ante todo estar equipados. El software es nuestro equipamiento. Nuestros ojos (nuestros sentidos), definitivamente intervenidos, están listos para capturar la información de nos falta.

Diferencia clave: el fantasma viene de otro tiempo y lugar, es un alien en nuestra dimensión. Es un tiempo ajeno invadiendo el nuestro, aun cuando ese ajeno sea parte de nosotros mismos. Algo que está desembarcando en las coordinadas de nuestro presente sin pedir permiso.

Un avatar también es un alien, pero ese alien somos definitivamente nosotros. No es otra cosa que la más efectiva de nuestras máscaras (mejor deberíamos decir: de nuestras escafandras). Un avatar es un explorador, o mejor: un sistema de exploración. Es la nave con la cual nos aventuramos en un espacio que no es físico del mismo modo.

En el fantasma, para Lacan, es el deseo el que está en juego (¿acaso fantasma no es ante todo uno de los nombres del deseo?). O dicho de otro modo: el fantasma es ante todo un juego –un movimiento- de deseo. Mientras que, sin ocultar jamás su etimología religiosa, el concepto de avatar implica una continuidad, su relación tecnológica definitiva (¿o acaso la tecnología no es EL modo por antonomasia de las extensiones que creamos?).

¿Tenemos más dominio sobre nuestro avatar que sobre nuestros fantasmas?

James Cameron parece tener algo para decirnos al respecto. No hay gratuidad en ningún avatar. Tanto confunden su cálculo los que creen que un avatar es simplemente un password anfibio.
Un avatar digital no es sólo nuestra representación gráfica: siendo nuestra continuidad nos altera, modifica nuestra vida unplugged.
Si esto no sucede, es porque jamás fue un avatar.

¿Necesitan más pruebas? Lean el blog de Napoleón Baroque.
Se trata de una gema anfibia: cuando utilizamos la virtualidad del software (esa radicalidad de lo físico) debemos aprenderlo todo de nuevo. La cultura se encuentra en estado de bits.
Los tentáculos son parte del cuerpo, pero no de la cabeza.
Le pertenecen de otro modo.

Primera curiosidad: la virtualidad en la cual nos zambullimos con nuestro avatar la estamos creando nosotros. Esta diferencia es clave. No es una selva o un desierto que simplemente están ahí, constituyendo un afuera.
Nunca antes creamos virtualidad del mismo modo. Desde que los modelos de virtualidad se digitalizan, la virtualidad se vuelve más y más heurística. Digámoslo así: la virtualidad digital es un territorio de guerra, donde nos disputamos no sólo los modos de metaforizar, sino las políticas de todo imaginario.
¿Realmente existen dos bandos? ¿los que niegan que la imaginación moldee también el mundo físico y los que no desean enterarse de nada?

¿Tanto es el temor a los sueños?

Días atrás, en Rosario, Lucrecia Martel se refirió a la necesidad de apropiarnos de las ficciones como una cuestión vital. De la inmaterialidad de la ficción (de los imaginarios) como modo de abrazar definitivamente el mundo físico. Su punto de partida fue la casa de su abuela. Ahí donde su mamá le narraba los cuentos de Horacio Quiroga (Cuentos de amor, locura y muerte) como si realmente hubieran habitado ese espacio, como si fuesen su memoria e historia. Lucrecia creció convencida que la casa realmente había sido el escenario de todo lo contado, que en el almohadón de la habitación contigua había efectivamente habitado el temible chupasangre.
Esa no era simplemente otra historia.
Es SU historia.

Los alcances y efectos de esta presencia virtual inseparable del mundo físico es la que hoy más que nunca está en juego: el tránsito de las ficciones se juega en la virtualidad digital más que en ningún otro sitio.
Tus sueños están por todas partes.

Napoleon Baroque: "Supongamos lo siguiente: eres el dueño de una gran empresa. De un gran comercio y tienes muchos empleados a tu cargo. O bien, eres un simple administrativo en una oficina gigantesca, donde trabajas con muchas otras personas. En un caso u otro, interpretas tu papel. A veces te resulta cómodo, al fin de cuentas eres justamente eso que representas. Pero no sólo. También eres otras tantas cosas que no muestras a tus empleados o jefes o compañeros de trabajo, por el simple hecho de que no tiene sentido. Perderías el tiempo. Así que sigues interpretando tu papel, haciendo de eso que la sociedad hace de tí. Actúas naturalmente, te has habituado a eso. Te sale fácil. Pero a veces te cansas, sabes perfectamente que tu rol no lo es todo. Que tienes otros pensamientos, otras fantasías, otra dimensión que no puedes compartir con los que te rodean, simplemente porque ellos están en otra frecuencia.
Llegas a tu casa, prendes tu computadora y te sumerges en Second Life. Allí no necesitas representar ningún papel. A nadie le interesa. Puedes hacer lo que te de la gana. No tienes ni jefes a quienes rendir cuenta ni empleados frente a los cuales no puedes relajarte. Nada de eso. Allí haces exactamente lo que quieres. Es un oasis en lo real. Es lo real, claro que lo es (eres tu, al fin y al cabo) pero sin los mandatos de la sociedad que te circunda.
Ahora puedes explorar exactamente quién eres. Quién te gustaría ser. Quién quieres ser.
Dime
¿dónde eres más real?"