sábado, 25 de abril de 2009

Sensualidad extrema

Almuerzo geek:
-¿Ese no es un concepto de Hannah Arendt?
- No leí nada de ella, pero vi en Youtube una entrevista que le hacen que está buenísima.

El cine resulta impensable sin la literatura. Pero ¿qué sería de gran parte de la literatura del siglo XX sin el cine? ¿Y sin la televisión?
Alguna vez alguien escribió que se imaginaba a Manuel Puig escribiendo con la televisión prendida. ¿Acaso Nathalie Sarraute no leyó gran parte de su vida en bares?

El tema no es qué hacemos con la tecnología, con los entornos. Como los incorporamos, sino más bien al revés: ¿qué hace la tecnología con nosotros? ¿cómo nos adoptan los entornos?

Cuando leemos ya tenemos incorporada la tecnología. ¿Por qué suele resultarnos gracioso este video? Porque naturalizamos el uso del libro, que no es más que tecnología (un elemento para almacenar información e interactuar con ella).

Volvamos a Youtube y sus tiempos. Ayer veíamos videos. Me colgué viendo unos cortos y le pedí a Delius que me acompañara. Vimos Vicent, de Tim Burton (todos somos o fuimos o soñamos que eramos Vicent Maloy), esa pequeña gema titulada The Junky's Christmas, escrita y narrada por William Burroughs, dirigida por Nick Donkin y Melodie McDaniel y producida por Francis Ford Coppola, y ese clásico de la bizarría que es Mirindas Asesinas, opera prima de Alex de la Iglesia. Estábamos por el minuto 7 de este corto cuando Delius me dijo: “Ya. Es muy largo”.

Daniel Molina coincidía sin saberlo hace casi un año: “en Youtube no tengo paciencia para ver nada más extenso de tres o cuatro minutos”. Hace más de treinta años Wenders insistía políticamente en producir un cine en el cual los tiempos embistieran frontalmente contra las dinámicas de la televisión. En los ochentas, no pocos autores arty consideraban el pulso del videoclip como el perfecto síntoma de lo que no debía hacerse.

Enroscado por esos años de forma obsesiva con compositores como Steve Reich, Terry Riley, La Monte Young y Simon Jeffes de la Penguin Cafe Orchestra (a los que había llegado principalmente por Brian Eno), no pude sino volverme adicto por algunos meses de Koyaanisqatsi y Powaqatsi, esa desquiciante alianza entre Philip Glass y Coppola. Mis amigos de entonces la odiaban: “te podés copar con eso la primera vez, si estás muy fumado. Pero después hasta el recuerdo es insoportable”.

Ya en los noventa, Pablo Siquier me confesó que sus imágenes son deudoras de estos trips. Una tarde que fui a visitar a Gumier Maier (1994, quizá 1995) lo encontré acostado en su sillón casi en trance, delante de una tela de gran tamaño de Siquier, obsesionado con las sombras y las simetrías de sus figuras. “Así dejo que pase el tiempo”, me dijo.

La web, la digitalidad, no sólo nos conecta de otra forma con información preadquirida. Sino que (siempre de diferentes modos) reformatea nuestros modos de percibir sin que lo advirtamos cabalmente. Hace poco volví a citar “Estamos hechos de tiempo, y el tiempo pasa”. Pero ¿cómo pasa? ¿Qué es lo que hace que pase de un modo u otro?

Es que los soportes (tecnología en grado cero) son el sitio (y el modo) donde pactamos (muchas veces sin darnos del todo cuenta) el régimen de nuestras percepciones.

Ahora bien ¿la historia del arte moderno y la del arte contemporáneo no se confunden muchas veces con las de sus soportes? Y no utilizo el término confusión de modo peyorativo, en absoluto.

El arte como la poesía, nos enseñó Aldo Pellegrini, siempre contribuyen a la confusión general. Y sin dudas esa sea parte de sus misiones: ayudarnos a motorizar búsquedas.

Napoleón Baroque me comentaba hace unos días: “Para mí los metaversos son pura búsqueda. Generadores de interrogantes. Sobre el cuerpo, la identidad, la conformación de los contextos, los afectos, la diversión, las percepciones, sobre los lenguajes –jergas y también código fuente-. Si algo da sentido a esto, es la inquietud impostergable de inventarme búsquedas”.

Por esto quizá Picasso sea un artista plenamente moderno: completa la historia de los que encontraron o vivieron encontrando.
Puede ser paradójico que lo diga así, pero me siento más activo si creo que nada escapa (en forma absoluta) de la provisoriedad.