jueves, 30 de abril de 2009

Pornografía sin límites

Ideologías de la pornografía en la Era Web

La pornografía en sus mejores momentos ¿no es una interrogación radical sobre el cuerpo? ¿Sobre las filosofías del cuerpo?

¿De qué modo implican, a las formas que nos determinan como especie, las diferentes ideologías que conforman eso que algunos denominan post-pornografía y otros pornografías post-autónomas?

Digámoslo así ¿qué sucede cuando la pornografía se le antoja ir bastante más allá de sí misma? ¿Cuándo en tanto lenguaje corporal invade bárbaramente otras tantas lenguas?

A su modo invariable, el porno siempre fue un espectáculo. Tan bajo como insistente. Y no existiría sin su motor, la performance.

Movimientos (anatomía) que se repiten en tríada, como en un loop, interdefiniéndose: pose (posturas), dinámica (ritmo) y narrativa monótona (fábula idiota). Una mecánica invariablemente biologicista.

Petronio (arbitro de la elegancia) reconocía a la perfección, ya en el siglo I, sus políticas. Incluso tanto tiempo después, en el siglo XIV, Boccaccio las redefinía en pocos gestos. Uno y otro, canónicos absolutos, reyes -y por lo tanto artífices- de una tradición baja, no se convirtieron sino en espejos, implacables retratistas de sus épocas. Al fin de cuentas, las cosas no habían mutado tanto.

Una extensa historia plagada de sketches invariablemente destinada a una zona privada, exclusiva, ahí donde los deseos, el morbo y la curiosidad siempre alimentaron al gabinete de curiosidades . ¿O acaso la bañista de Prilidiano Pueyrredón (así como sus siesteras) no oficiaba simultáneamente de esclava, cobayo y maestra para sus demorados voyeurs?

Las condiciones laborales cambiaron, sin duda. Pero aún en la época de Betty Page, dominada por los medios masivos, la cámara seguía siendo íntima. Se requería un password.

Con la segunda (y tardía) oleada de modernidad, la pornografía se reclamó social.

Estratégica, provocadora (impudicia de choque): el reverso exacto del hedonismo, o de su hermano bobo, el escapismo.

Paolo Cherchi Usai: la pornografía se erige como electroshock, corriente de choque. Imágenes que “jamás hubieran debido ver la luz”, corrientes de brutalidad en la cual el registro se empuña como un arma: mostrar lo que no debe ser visto, imágenes calificadas como pornográficas “que no son necesariamente sexuales, en todo caso con formas perversamente extremas de ésta”. ¿No fue Pasolini uno de más eficaces maestros en esta política?

¿Orlan no es, a su modo, la última gran amazona de esta heterogénea cruzada?

Nunca más literal: el arte como operación.
¿Rocío Boliver no retuerce este juego de sensaciones donde el sexo una vez más resulta hipnótico y monstruoso?

La Caja de Pandora se adhiere a todo. La pornografía ya no se esconde. No lo necesita. Ni siquiera parece funcionar como terapia de choque. Baudrillard dedicó una buena parte de su obra a examinar la eclosión de esta pornografía sin límites. Efecto viral alimentado con la cada vez más sobreextendida procrastinación (volveremos sobre esto).
La banalidad podrá ser siempre tautológicamente banal, pero eso no la exime de su peligrosidad idiota.

¿En la obra porno de Jeff Koons (sólo por citar un megastar) no advertíamos ya toda esa carga “transparente” de una pornografía de alto consumo?

¿El mismo extendido síntoma que advierte cualquier ojo al repasar un kiosco de revistas barrial?

La pornografía no está en lo bajo.
Puede estar a los costados o arriba.
En todos lados.
¿Panpornografía?


Barack Obama anunció hace muy poco que se publicará un libro oficial con más de 2000 fotografías que vienen a sumarse a esas tantas otras que desde hace años dan cuenta del horror de las torturas en Irak, las mismas sobre las que reflexionó Susan Sontag en uno de sus últimos ensayos:

“La vida erótica es, cada vez para más personas, lo que se puede capturar en las fotografías o el video digital. Y acaso la tortura resulta más atractiva, a fin de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es revelador, a medida que más fotografías de Abu Ghraib se presentan a la luz pública, que las fotografías de las torturas se intercalan con imágenes pornográficas: de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, así como con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho, el tema de casi todas las fotografías de torturas es sexual.”

Lynndie England ¿qué duda cabe? hubiera sido una de las protagonistas privilegiadas de la (por siempre) hipotética segunda parte de The Atrocity Exhibition. ¿No necesitamos una reescritura de este libro en un contexto de cultura web, en la que todo es información, en la que todo se exhibe?

El 22 de mayo próximo se estrena en Estados Unidos The Girlfriend Experience, última obra de Steven Soderbergh protagonizada nada menos que por Sasha Grey, la pornostar (existencialista) por excelencia de la Era Web. (Trailers acá y acá). Temo (de Violet Robots) ya lo había adelantado: no es más que otro síntoma de la ubicuidad de la pornografía, de su inacabable y actual extensión.
¿No sucede otro tanto con el hentai?

Por ninguna otra razón, es necesario volver sobre estas consideraciones postpornográficas de Fabián Giménez Gatto. ¿La post-autonomía como renovada autonomía o en tanto pérdida definitiva de ésta?
En las novísimas políticas del porno encontraremos las respuestas.