domingo, 4 de mayo de 2008

El futuro es lo mismo que lo obsoleto al revés. Por eso llegaron los arduinos.

Ya lo sabemos: el futuro hace rato que está aquí, pero distribuido de otra forma. Y los modos de ese reparto se definen y describen en la negociación cultural, en las modelaciones de percepción de lo que aceptamos y desechamos como información de nuestra inmediatez.

¿De qué forma ecualizamos las ficciones de nuestros presentes frente a las altas dosis de saturación que afectan a porvenires no tan lejanos?

Vamos a este ejemplo. Nos dice William Gibson: “Si alguien iba a hablar con un editor en 1977 y presentaba un escenario de ficción semejante al de 2007, nadie lo hubiera comprado. Es demasiado complejo, con demasiados elementos de ciencia ficción: calentamiento global, enfermedades mortales de transmisión sexual, los Estados Unidos atacados por terroristas locos. Cualquiera de esos tópicos hubiera sido perfectamente adecuado para una novela de ciencia ficción. Pero si los ofrecías todos juntos como parte de un futuro imaginario, los editores no sólo te habrían mostrado la puerta, sino que habrían llamado a seguridad”. Como antaño, la amenaza no es sino un elemento de más o de menos en el sitio inexacto.

Es el ADN de nuestra cultura anfibia para la cual la ficción es un poderoso elemento de negociación. Una forma de sostener y rearticular ese “tiempo manchado” en el temblor del espacio congestionado.

Cambiemos un poco la geografía del ejemplo de Gibson (pero no los años). Imaginemos a alguien que hace treinta años hubiera propuesto un texto en el que una ciudad como Buenos Aires posee, antes de terminar el siglo XX, decenas y decenas de locales llamados popularmente “cyberlocutorios o cybers a secas” donde gente de barrio interactúa con computadoras, envía y recibe mensajes de todos los puntos del globo mientras miles de adolescentes juegan a su lado con juegos de red hiperrealistas. Homo Ludens: no se trata sólo de la apuesta, sino de los modos de llegar a un buen acuerdo. Todo espacio es perfomatico.

Ficción saturada: la novela es un síntoma. ¿Con qué materiales opera el escritor? Como artefacto literario, habitualmente la novela sostiene su economía narrativa, su oscilante orden, mediante la interacción de elementos ficcionales que intentan reflejar lo real (toda novela, hasta la más fantástica, no deja de ser metafóricamente realista). Una rara vez explícita pero constante negociación de las nociones oblicuas de percepción, lectura, realidad e imposibilidad que afectan definitivamente la minuciosa construcción de nuestros “sentir” el presente: de ningún otro núcleo proceden las distopías, los relatos conspirativos y las ficciones paranoicas.

Dime cómo distribuyes la información. Los activistas lo saben mejor que nadie, incluso los más fumados. No te olvides del chino Chau (en este mismo momento un muchacho chino recibe ininterrumpidos mensajes de fumados desconocidos). Como dice Uzumaki, nunca sabemos quién nos está mirando.

Por esto, quizá no estaría mal volver a remixar un poco a Virilio y poner a prueba nuevamente esta certeza: la posibilidad de tu zona, de tus límites e incluso de tu materia nunca fueron mejor narradas que en relación a sus posibilidades culturales de velocidad y conexión (al fin de cuentas, podríamos definir a la realidad como un ensayo de conexión a distintas velocidades). Y no me refiero sólo al contexto electrónico; por el contrario, pienso en ese instante en el cual lo digital esté tan integrado que ya sea redundante. ¿Otros ejemplos de insostenibilidad inmediata / sostenibilidad mediata?

Otra vez Gibson: “Uno de los errores que nuestros nietos encontrarán en nosotros es nuestra distinción entre lo digital y lo analógico, lo virtual y lo real. En el futuro, esa diferencia será literalmente imposible. La distinción entre cyberespacio y lo que no lo es será inimaginable. (…) Ya no sabrás cuando estás adentro y cuando quedás afuera. Siempre vas a estar adentro, en una suerte de realidad moldeable. Uno sólo piensa en esto cuando ocurre un error y quedás desconectado. Y entonces puteás.”

Pues bien ¿de cuántas formas podríamos comenzar a replantear las narraciones del presente para que los relatos del futuro –que ya advertimos en nuestros presentes redestribuídos- resulten más habitables? Posiblemente estaría bien empezar a señalar algunos de los puntos que resultan claves en ese ensayo de ecualización que llamamos Cyberculturas 98,5 %. En el momento en que las prácticas sociales contemporáneas a la web 2.0 estabilizan su mapa, profundizamos el casting de nuestros modos anfibios. Necesitábamos otro elemento y utilizamos éste: nuestro presente ya es un presente arduino. Como dice Paula Sibilia, “es necesario abrir grietas en la seguridad de lo pensado y atreverse a imaginar nuevas preguntas. La verdad, al fin y al cabo, no es mas que una especie de error que tiene a su favor el hecho de no poder ser refutada”.

Un arduino no es otra cosa que un kit de hardware libre, esto es, un elemento de negociación y distribución avanzado. Una tecnología doméstica (sí, sí ¡más ciencia de garaje! Es que si papá era fan de Mecánica Popular en los ‘50, yo lo fui de Lúpin en los ‘70).
Pero lo que más nos interesa es la filosofía que lo sostiene: por eso hablamos de arduino como noción (cyber)antropológica: arduino también es un nombre masculino de origen germánico que significa “el que ayuda a sus amigos”.

Un arduino es un avanzado de las culturas anfibias “que lograron, de una vez por todas, desaprender”: el arduino nunca necesitó definirse ni como internauta, ni como nativo digital, menos aún como inmigrante. Una vez más, como se dijo, el proyecto se transformó en especie.
Políticamente y en tanto activistas, los arduinos vienen a señalar el revés de lo obsoleto del futuro. Como es sabido, lo obsoleto no es otra cosa que lo inadecuado a las circunstancias actuales, pero ¿cómo se decide esa inadecuación? Una vez más, en tiempos de remix constante ¿cómo se negocia esa inadecuación?


En tiempos de los blogs del vacío (al fin de cuenta, toda red tiene un 98,5 % de agujeros) la cultura arduina remixa una banda como MC5 o un dramaturgo como Thomas Bernhard o reinaugura formas extremas de ecualización visual como formas de naturalidad de un presente ya intervenido, es decir, redireccionado. (En lo personal, no dejo de festejar la inadaptación de un Hello Kitty Cíclope Redireccionado como éste del anfibio Gabriel Frugone. Remixes de remixes.).

Propongo este otro ejemplo. La frase inicial del título de este posteo es el epígrafe de Nabokov citado por Robert Smithson que W. J. T. Mitchell eligió para abrir su estimulante ensayo “Paleoarte o cómo los dinosaurios irrumpieron en el MoMA”, en el que analiza la irrupción del vacío cultural de los dinosaurios (“esa creación tan moderna como el arte moderno”) en la obra de Mark Dion. Otra inadecuación temporal entre mundos (im)posibles.