El afiche callejero de la última campaña de Cartoon Networks (ver foto) sigue estando muy cerca de donde desayuné, hace unas pocas horas. No pude dejar de observarlo: ahí están, cruzados, dos universos, dos imaginarios ¿Star Wars invadiendo al Siglo XIX o al revés? Obviamente, el Siglo XIX (y otros) ya estaban dispersos en algunos detalles estéticos y narrativos de las películas de Lucas, aunque no al revés. Pero no interesa la (por demás clásica) herejía contra la imago histórica sino contrario sensu la referencia a la infinita disponibilidad que se enuncia: “Hacemos lo que queremos”.
Ya no tanto el remanente de Ubik (Philip K. Dick,1969), dado que no se trata exactamente de consignas-instructivos, sino que esta vez estamos más cerca de una invitación a intervenir en el código-fuente, en la información que define a la imagen (perdón ¿quién es el “nosotros” del slogan? ¿la gente de la empresa, los publicitarios, los cartoonists, también los espectadores?).
Esta distinción no es lo que importa, ya que todos (sí, todos) comenzamos a modificar el ADN de la imagen y todas sus connotaciones.
Este es el punto: no necesitamos descubrir un territorio, menos aún inventarlo, sino rediseñarlo por torciones inéditas (o mejor aún, por los efectos de éstas). Marco Polo no descubrió China ni Colón América. Con los años nos vamos volviendo más borgeanos (perversamente borgeanos): aprendemos a ensayar otras distribuciones.
Por supuesto, se trata no sólo de una estrategia de lectura, sino de una estética de acción.
Todavía en los setentas la adrenalina conducía su sueño: dinamitar la veracidad. Se trataba entonces de hurgar en sus grietas, sus fallas, y tratar de hundir en ellas la mayor carga de explosivos. Pocos entusiasmos mayores a ese desmantelamiento brutal e instantáneo del romántico final de Zabriskie Point de Antonioni / Pink Floyd, o los créditos alternativos (que recién descubrimos en su versión redux) de Apocalypse Now del ahora aporteñizado Coppola.
Estamos cada vez más lejos de aquella poética de la explosión. Nos fuimos civilizando (jamás adaptando). Aprendimos a mudar de sueños. Simplemente estamos aprendiendo a empujar la veracidad a territorios que hasta hace poco no eran suyos.
Fue William Burroughs (sin dudas el cientista político que abrió las compuertas de la contemporaneidad) quien dijo “Nada es verdad. Todo está permitido”.
Pero él también pertenecía a otra época: negaba la veracidad. Lo que experimentamos hoy marca su diferencia: no estamos contra lo verosímil ni mucho menos. Diversamente, percibimos la expansión de la veracidad a límites, paradójicamente, inverosímiles. Esta es la Poética Mayor de nuestra política.
La visión dialéctica se sostenía en la minuciosa creación de sus contrarios. Ya no se trata siquiera de una posibilidad de síntesis, sino de una progresiva afectación sin límites. Un ensanchamiento de términos.
Estamos redescubriendo otros recursos. Volvamos una vez más a Dorfles, quien oportuna y tempranamente llamó la atención sobre el regreso de una postergada noción del genial formalista Viktor Chklovski (o Shklovski, según las traducciones); me refiero al fenómeno de la ostranenie, que habitualmente se define como “la acentuación por parte de un escritor de un elemento cualquiera del texto de una obra de arte con el objeto de hacer que se lo perciba, no según las asociaciones habituales, sino como algo insólito pero ya encontrado antes”.
Chklovski: “Si reflexionamos sobre las leyes generales de la percepción, vemos que al convertirse en habituales las acciones se vuelven mecánicas. (…) La finalidad del arte consiste en transformar la impresión del objeto como visión y no como reconocimiento de los objetos y el procedimiento de la forma oscura que incrementa la dificultad y la duración de la percepción”.
Dorfles: “Para sustraer estos fenómenos al automatismo de la percepción es necesario recurrir al procedimiento de la ostranenie, (…) capaz de devolver la intensidad, la originalidad, la posibilidad de transmitir información a un elemento que de otro modo quedaría automatizado, desprovisto de interés, mediante la utilización de un artificio que lo extrae, lo extraña, de su habitual contexto asociativo.”
Claro, reconocemos una buena banda de precursores. Enfrentados a un libro que nació anticuado e ineficaz como “Para leer al Pato Donald” (1972), de Dorfman y Mattelart, encontramos la utilización y puesta en escena del Pato Donald mutante de los Residents en Eskimo (donde el marinero ovíparo desarrolla tentáculos), así como la corrosiva irrupción de Howard The Duck de Steve Gerber (otra variación extrema), que en su impronta trash actúa de forma similar a las prácticas-Disney de Paul McCarthy: habitando el icono pop con modales exacerbados.
La diferencia es fundante: ya no Un yankee en la Corte del Rey Arturo (Mark Twain, 1889) o Robinson Crusoe en Marte (1964), dado que la extrañeza no la dicta el contexto sino que resulta constitutiva del arquetipo.
La distinción fue adelantada, como también señala Dorfles, por Jan Mukarovsky, uno de los fundadores del Círculo de Praga:
“(…) La ostranenie se verifica cada vez que determinado elemento semánticamente identificable es extraído de su contexto normal e insertado en otro contexto que le es extraño, o bien cada vez que determinada unidad morfosintáctica es utilizada de modo tal que pasa a desempeñar una función distinta de la originaria (tanto más si dicha función es insólita, sorprendente e inédita). Como es fácil de advertir esto se combina muy bien con otra gran “ley” estética: la que se refiere a la eficacia informativa (en el sentido de la Teoría de la Información), debida, como se sabe, al carácter nuevo e inesperado del mensaje. Por tanto, puede afirmarse que la utilización de un procedimiento de ostranenie apunta, en última instancia, a incrementar la capacidad de información (en este caso estética) del mensaje, resultado al que puede llegarse de muchísimas maneras diferentes, pero que mediante este “artificio” se obtiene en la mayoría de los casos, con el máximo de eficacia”.
Dado que vivimos en la Era de la Infoxicación (efecto que el exceso de información produce cuando no llegamos a digerir toda la data que nos atraviesa), como diría Tabarovsky “en tiempos de potlash de información” ¿cómo no considerar a la infostranenie como una de las bellas artes? Infoxicación que pronto será 3D.
Si entertainment no es más que otros de los nombres de la información, cada vez es mas claro que comienza a estar habitado de otras formas.
Nota bene: Como es notorio, el título de este posteo es una variación de una célebre sentencia de Groucho Marx.
martes, 1 de abril de 2008
Estos son mis principios. Si a Usted no le gustan, tengo otros. Por ejemplo, la Infostranenie
Publicado por rafael cippolini en 4:17:00 p. m.
Etiquetas: exploraciones, Infostranenie, miradas, sobreinformación