jueves, 27 de marzo de 2008

Más víctimas del decorado

Nunca sabemos si vas, venís o flotás: si hay un sitio para tu voz posiblemente sea la del autodesplazado, una voz nómade que parece desconocer tanto la quietud como la fijeza.

Hace rato que tengo la impresión de que debo aprender una y otra vez el arte de dejarme caer. Y que este pequeño vértigo sea todo lo contrario a cualquier marginación en tanto exclusión.

En otra época pensaba mucho en ese “casi afuera” de Kracauer, del joven Caillois, de Faretta, que me parecía más creíble que Deleuze escribiendo sobre “máquinas de Estado y de Guerra” desde su puesto de profesor en la Sorbona (Badiou lo retrata magníficamente en El clamor del ser). Fui descubriendo que para recuperar a diario la adrenalina de escribir o teorizar debía intentar construirme una interminable sucesión de sitios incómodos. Tipos que admiro, como Gonzalo Aguilar o Raúl Antelo, pueden hacerlo desde la universidad. Ya sabemos, la taxonomía de incomodidad es muy extensa y sigo siendo malinterpretado en estos desplazamientos.

¿La sensación de caos que perciben algunos?

La incomodidad en los demás es un efecto secundario, jamás buscado. Tal como me interesa practicarla, la incomodidad o molestia es un cultivo exclusivamente en mi contra. En su introducción a Visión de paralaje Zizek cita a Alphonse Laurencic, inventor de un estilo de tortura psicotécnica inspirado en obras de artistas de las vanguardias históricas (Buñuel, Kandinsky, Klee y Dalí). Por edad, mi incomodidad se encuentra en el arte y la cultura contemporánea (o posmoderna, como muchos la llaman). Por ejemplo, uno de mis materiales de uso favoritos es la infoxicación, una de las pesadillas de nuestra época. Si existe un alivio o una cura, esta se encuentra en asimilar y alterar la enfermedad.


¿Una exhibición razonada de las propias enfermedades?

Desde la adolescencia soy un esmerado propagandista de la “acción tauromáquica” que Michel Leiris se exigía como programa literario: investigar ese estado de vulnerabilidad sistemática. Las deficiencias propias sirviendo de combustible (eso que se inflama, incluso explota). Claro, necesité correr el Yo, ponerlo en otro lugar. Como ensayista full time, mi Yo está siempre “en objeto”. Digamos, no es un Yo en el espejo, sino reflejándose en otra cosa. Una versión inmanente y perversa de la noción de San Isidoro de Sevilla: reflejos sobre reflejos sobre reflejos. Bueno, ese destello es de lo más insoportable, de ahí la fatalidad de editarlo, de someterlo a una feliz distorsión.

¿La distorsión como máscara o forma de escape? ¿O las dos cosas?

Más exactamente como una distinta distribución de molestias. Es en este punto en el que me encanta que las piezas no encajen. Pero por sobre todo busco que ese desacomodamiento suceda en todas las oportunidades en un lenguaje muy claro. No me interesa inventar nuevas ininteligibilidades, sino bordear los desajustes que ya existen. No estoy muy interesado ni en los idiolectos ni en las jergas cerradas. Cuando intento un decir sucede en los discursos que ya conocemos. Para reutilizar una figura de Contagiosa paranoia, cavo, utilizo u ocupo una lengua conocida. Nuevamente el topo, el okupa teórico, bastante lejos de los creadores de sectas o logias.


¿Como diría Perniola, Contra la comunicación?

Cuando hablo de lengua me refiero al imaginario como lengua. A la potencia imaginativa de un idioma, no tan lejana a la concepción de mitologías de Barthes. La diferencia es que no veo en estas mitologías (o hablas) a ningún enemigo. La infoxicación está sobrecargada de mitologías que muchas veces funcionan como drogas, o tienen su efecto.

¿Hay algo de jesuítico en tu intención de colonizar, reutilizar o redireccionar imaginarios?

Si fuera así mis manuales de catequesis serían los textos de Enrico Malatesta, o esos castings fabulosos de libros como La intemperie sin fin de Oscar del Barco o una reactualización de La escritura y la experiencia de los límites de Philippe Sollers, sólo por citar libros que fueron importantes para mí en alguna época y vaya a saber cómo siguen funcionando en mi cabeza.
Pensándolo mejor, creo estar más seducido por cierta mística de Saulo de Tarso que por Ignatius Loyola. Mi mensaje sería “desacomódense” o bien “practiquen nuevos métodos de desacomodamiento”.

Pero ¿hay reglas en ese desacomodamiento? ¿O se trata de algo espontaneísta?

Por supuesto que sí. Desacomodarse es un arte. Es obvio que nos desacomodamos con respecto a algo. A ciertas construcciones de realidad, de cotidianeidad. A otras sensibilidades y percepciones. De ahí la importancia capital de la ficción en lo real. Repito: no la ficción DE lo real sino la ficción EN lo real. Tengo en mente la autonomía de la ficción nunca como un feudo, o como un gran depósito segregado. Al revés, como un pigmento indeleble que en proporciones discretas lo cubre todo.


¿Esa es tu lección patafísica?

Puede ser. Los situacionistas alertaron sobre cómo lo especular devora infatigablemente a lo real, como los medios sustituyen lo real remplazándolo por una epidemia de imágenes manipuladas. Baudrillard fue más sabio en este punto: si los simulacros son manipulación, debemos aprender a utilizarlos. Sólo hay que saber hacerlo. Ya estamos lo suficientemente contaminados para intentar revertir el efecto. Enseñarnos como ecualizarlos, redireccionarlos. No existe realidad por fuera de la ecología de los medios. No olvidemos que Baudrillard fue una autoridad del Collège de ‘Pataphysique.
Lo especular no deja de tener sus imaginarios. Ese es otro de mis materiales predilectos.

¿Las figuras surgidas con las ciberculturas podrían ser uno de los ejes de este nuevo escenario especular?

De hecho lo son. Constituyen una de las bases más potentes nuestra retórica. Prosiguiendo los glosarios de Gilbert Durand, nuestra imaginación simbólica ya no puede escapar del imaginario expandido por el software. No implica intentar apologías al respecto: la sociabilidad de este siglo está mediada y reconducida por la informática. Las próximas generaciones seguirán avanzando en este sentido: ¿qué existe más cotidiano que encender una computadora? A esta altura es tan habitual como hablar por teléfono. El software es parte de nuestro paisaje. Como dice Virilio, somos víctimas del decorado.

Este cuestionario fue originariamente realizado para ser publicado en un proyecto de website (titulado Inercia polar, maquinación del infatigable Leroi) que de momento se encuentra “indefinidamente demorado”.