La vitalidad del mercado de vacíos parece no reconocer límites; cada vez observamos más y más ofertas de vacíos, vacíos para todas las sensibilidades, gustos y usos, vacíos como terapia, como abono, como provocación, como origen, como política diseminada. De modo similar a la predicción de Marx sobre un mercado de identidades, lo cierto es que la industria del vacío no dejará de crecer.
¿Un status diferencial para vacíos de una época que todavía llamamos posmoderna? Sin dudas, porque otra vez siguiendo a Maffesoli, asistimos no sólo al diseño de vacíos inéditos, sino más exactamente a una explosión que tiene mucho de revival y etnología de la recuperación: redistribuimos, museificamos, restauramos y actualizamos vacíos antiquísimos, acompañándolos y vigorizándolos con más lecturas de todo tipo: clásicas, rupturistas, conservadoras o cuestionantes. Uno de los valores más preciados de nuestras culturas contemporáneas comienza a taxonomizarse, clasificarse y archivarse como memoria diferencial del paisaje de un tiempo muy específico.
Hace dos días almorcé con Ivo Mesquita, reconocido curador y artista y también nuevo director de la Bienal de São Paulo. Esto a propósito de que cuando inaugure el evento (en octubre próximo) asistiremos seguramente a la más grande –y también polémica- investigación sobre los vacíos contemporáneos (su necesidad, pero también su fatalidad) realizada desde el interior de la institución arte (y en nada menos que uno de los eventos rectores de las estéticas de la contemporaneidad).
Mesquita se pregunta “¿Cuál es la misión de una bienal en el siglo XXI? La Bienal responde a un modelo de exposición del siglo XIX y estamos en el XXI. No creo que este modelo esté agotado, pero necesita una profunda revisión. En los años '50 y hasta los '70, la Bienal de San Pablo era la tercera del mundo y hoy son 300 las bienales que existen. Es necesario reconocer un agotamiento. Por esta razón planteo una crítica desde la propia Bienal y propongo un espacio vacío para los diálogos. Al enfrentar el vacío surgirán dudas en el espectador acostumbrado a paredes llenas. Creo que es un proyecto que provocará la discusión y en él hay puestas muchas expectativas”.
¿Será esta la mejor de todas las bienales de los últimos años?
Ya sabemos, subsisten infinidad de vacíos. Los reconocemos monumentales, infraleves, atestados, discontinuos, pesados, mistificados, siempre como lo diverso a la ausencia, a la postergación, al silencio, a la carencia.
Tan atrás quedaron los vacíos trágicos y tan modernos de The Wast Land de T. S. Eliot o los desiertos invasivos de Nietzsche y la lengua del vacío de los informalistas; incluso el vacío-nada que aterrorizaba a los habitantes de las fantasías de la Historia sin Fin.
Todas estas irrupciones son rescritas, repuestas, rehabilitadas, así como la poesía Kanshi del período Edo, ahí donde reconocemos los comienzos de una nueva escuela de vacíos, que con las saludables distorsiones habituales, ha contaminado nuestras percepciones más inmediatas.
¿El pionero capítulo vacío del Tristan Shandy del genial Lawrence Sterne, esa narrativa vacía que irrumpe devastadora en los aún ingenuos sueños de la Ilustración no será un claro efecto de sincronía desfazada con las tecnologías del Kanshi?
Hace rato que esos vacíos producen logias y ficciones inacabadas; pienso en los temibles (pero también adorables) Shandys de Vila-Matas, de su vertiginosa Breve historia de la Literatura portátil y de Baterbly & Cía.
Mesquita recordaba en la charla las tradiciones del vacío; el respiro del querido crítico y curador chileno Justo Pastor Mellado cuando cruzaba la cordillera “¡que reparador es este sobrexpandido vacío cuando se viene de la comprimida geografía chilena!”, así como el vacío centrípeto del Amazonas (que a mi siempre me resuena a glosa del Catatau de Paulo Leminsky) y el tremendo vértigo horizontal de la Pampa descrito por Ezequiel Martínez Estrada.
Pero sin dudas la conciencia de la Magnitud Kanshi ingresa en la contemporaneidad (a través de las artes) en un texto que siempre deberíamos releer; me refiero a El intervalo perdido (1978), de Gillo Dorfles. Para Dorfles, como para Mesquita, el vacío es pausa.
“Basta con ir por la calle, entrar en un local público, un teatro, un café, dirigirse a un sitio de vacaciones, al borde el mar o en la montaña: la presencia continua, insistente, intransigente, de ruidos, sonidos, imágenes (publicitarias, fílmicas, fotográficas, arquitectónicas), la presencia de un tejido urbano que ni siquiera acaba de llegar al campo, nos están diciendo hasta que punto nuestra vida de relación se encuentra expuesta –ya hoy, sin dudas más aún mañana- a unos estímulos tan constantes e incontenibles que entrañan la eliminación casi total de la presencia de la pausa, la detención, el hiato, entre cosa y cosa, acontecimiento y acontecimiento, percepción y percepción.
En el caso de las obras de arte este fenómeno resulta, si cabe, todavía más evidente. Las paredes de los museos, abarrotadas de cuadros, las piezas musicales, transmitidas ininterrumpidamente por el hilo musical, los libros expuestos en los escaparates de las librerías: todo lo que aparece como receptáculo de una creación más o menos autónoma lo hace de una manera hasta tal punto paroxística que no resulta nada fácil encontrar un momento de pausa o de interrupción en el flujo de los acontecimientos y momentos creativos.”
De hecho, una exhibición como El Museo Salvaje, pronta a inaugurarse en el Centro Cultural de España en Buenos Aires, con curaduría de Fernando Brizuela, es un síntoma claro de lo señalado hace tanto tiempo por el teórico italiano.
Lezama Lima (El Pabellón de vacío): "El principio se une con el tokonoma / en el vacío se puede esconder un canguro / sin perder su saltante júbilo. / La aparición de una cueva / es misteriosa y va desenrollando su terrible. / Esconderse allí es temblar, / los cuernos de los cazadores resuenan / en el bosque congelado. / Pero el vacío es calmoso, / lo podemos atraer con un hilo / e inaugurarlo en la insignificancia. / Araño en la pared con la uña, / la cal va cayendo / como si fuese un pedazo de la concha / de la tortuga celeste. / ¿La aridez en el vacío / es el primer y último camino? / Me duermo, en el tokonoma / evaporo el otro que sigue caminando." (fragmento).
viernes, 21 de marzo de 2008
Acerca de la Magnitud Kanshi, también. Sobre el atosigamiento de vacíos
Publicado por rafael cippolini en 4:27:00 p. m.
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