martes, 24 de abril de 2007

Dipi

Hace unas horas murió Dipi (Jorge Di Paola), uno de mis más queridos amigos. Un escritor envidiable que publicó pocos libros y miles de notas increíbles que ojalá se reediten pronto. Rescato una vieja carta (entre cientas y cientas) en las que me relata su primera experiencia como director de teatro, en su Tandil natal, a mediados de los cincuentas, cuando todavía estaba en la secundaria. En la fotos vemos al Niño Dipi con arco y flecha, a Dipi hace unos pocos años y una panorámica que nos sacó Cintia Roberts cuando participamos en el invierno del 2005 en el homenaje que la Feria del Libro de su ciudad le tributó.

Querido Rafa:
Imaginate un cine (donde un poco más chico iba a llorar de amor por Lolita Torres) atestado de alumnos del normal y celadores y profesores. o estaba en una casilla, fuera de la vista del público, con un micrófono, narrando lo que iba sucediendo. No sé si se puede decir director de un caos. La consagración de la primavera se escuchaba en un disco de 33 un poco rayado.
Lo que volvió loco al público profesoril fue la inclusión de unos tres o cuatro muchachos que estaban enyesados. "Pero eso es real". Además, se esperaba de mí al menos Hamlet o a falta de eso una OBRA con principio y fin.
Los enyesados tan solo tenían orden de pasear de un lado a otro del escenario pasara lo que pasara.
Lo que yo decía con voz retumbante se lo llevo el olvido, pero más o menos comentaba lo que se veía.
Lo único planeado.
En el centro del escenario había una silla, un verdugo enmascarado traía a un condenado, que era otro atorrante con el siguiente dispositivo: tenía una percha sobre la cabeza que un enorme saco ocultaba, pero algunos artilugios sostenían una cabeza de maniquí.
El verdugo decía:
Es hora de que sientes cabeza.
El condenado efectivamente ponía la cabeza sobre la silla. Mientras tanto y sin cesar circulaban los quebrados / enyesados.
El verdugo levantaba un hacha monstruosa de utilería y daba un certero golpe.
En el proscenio había un balde donde debía caer la cabeza, lleno de agua teñida de rojo.
Por el pasillo mientras tanto venía un cortejo con un féretro, que la gente imaginaba destinado al decapitado, pero no , adentro venía otro vago disfrazado de drácula con enormes dientes. La gran dificultad de la obra era coordinar a) la salpicada de sangre hacia la primera fila de autoridades b) el salto simultáneo de drácula horrendamente maquillado que debía hacer correr de horror a la mayor cantidad de gente posible.
Mientras tanto imperturbables los enyesados reales debían seguir su rutina como si nada ocurriera.
Bueno, la sangre no llegó a salpicar a los profes, pero drácula se tomó tan en serio su trabajo que casi todas las chicas corrían por los pasillos en un pandemonium de histeria.
Los enyesados seguían y yo comentaba todo con una voz que llamaríamos de ultratumba mientras se escuchaba a todo volumen La Consagración.
La mitad de la gente se fue y la otra mitad gritaba de entusiasmo delirante.
Al otro día los profes me preguntaban que había querido decir. Yo le decía cosas distintas a cada uno, cosa de crear discusiones.
Por ser domingo sólo te diré que recibí amable y vanidosa carta de Gómez que solo te comentaré un día hábil por venir. Compraré mis facturas pro cien kilos de puro Dipi todo lo que comemos se convierte en carne humana, decía Borges.) SALUDOS AL HÉCTOR Y A LA FRONDOSIDAD GONGORINA.
Ya te contaré de mis imitaciones de Coca Sarli en Carne y Fiebre. Creo que hice una de las primeras críticas serias, digamos, en Panorama sobre Bo y ella, aunque cortita. En el 70 iba a un cine de la Avenida San Juan con una novia y dos amigos.

Abrazosos.

Dipi

Adorado Dipi, salud.