Digamos: repensar al mundo como una inabarcable instalación. Ya que, finalmente ¿qué otra cosa es una instalación sino una interconexión táctica de materiales? Si al modo perequiano agotamos un rincón del universo en la re-observación de sus componentes ¿no estamos proporcionando otro discurso a lo dictado por nuestros ojos?
Discurso, pequeños e inestables signos. Desde el minimalismo en adelante, la exhibición como dispositivo garantizó su espacio de artisticidad, esto es: una contemplación diferente. En la semántica de esta diferencia se fueron estableciendo las distintas políticas del arte.
Efectos de la autonomía artística: “observemos este enjambre de interconexiones a partir de las experiencias de lectura que fuimos acumulando durante siglos”. Si la obra es un sistema, este posee un plan a develar.
A ver: ¿y si comenzamos por invertir el juego? La post-autonomía poco tiene que ver con la estetización de la vida cotidiana.
Hablo de algo distinto: de fundarnos en el principio (que será nuestra hipótesis de trabajo) que indica y señala un mundo ya estetizado. El trash (entre otras sensibilidades) nos sigue enseñando que no existe visión sin estética. Saltando apenas sobre el utilitarismo y las pretensiones historiográficas, es fácil entender que cada objeto que puebla el universo ya posee una estética en nuestra cabeza. Sigamos de cerca de un grupo de artistas mientras dan una vuelta, despreocupadamente, trazando un recorrido por una ciudad que no es aquella en la que viven (o sí). No es nada raro escucharlos conversar sobre tal o cual aspecto estético de su recorrido.
No necesitamos llevar un objeto cualquiera al espacio de una exhibición para que ponga en manifiesto una estética. Es exactamente al revés: un artista sale en la búsqueda de objetos porque necesita reutilizar esa estética previa que éste expone cuando aún no fue considerado arte, obra o parte de una obra.
En una dirección (casi) opuesta, cuando un artista retoma como material de base para su proyecto un momento o signo o relato de la Historia del Arte lo hace con la misma intención: montarse sobre un recorrido semántico previo. Ahora bien: desde el arte pop en adelante, el sentido estético-vulgar (no reelaborado por el discurso crítico o historiográfico) de un objeto cualquiera logra imponerse sobre las infinitas glosas de la crítica o la historiografía, para tratar de desentrañar una sensación que desde su captación permanece por demás polucionada.
Cualidad por demás subrayada por la ‘Patafísica: no estamos tratando de señalar lo excepcional en lo vulgar (¿no sería lícito acercarnos al ready-made de este modo?) sino, contrario sensu, de entender que vulgar y excepcional son continuamente intercambiables.
¿O no encontramos todo el tiempo sobrextendidas vulgaridades en obras de alta cultura?
Deberíamos detenernos más rato en lo siguiente: ¿los grandes relatos –incluso en su ausencia o declinación- no siguen siendo el inmodificable combustible de las expresiones de eso que seguimos denominando alta cultura? Son formas de comunicación. Observamos en continuo pequeños relatos que no son sino jibarizaciones de aquellos grandes relatos que creíamos más que cuestionados.
Ya no una estética, sino un alud de estéticas deformes, fragmentarias, larvales, dispersas por el planeta (incluso más allá). Las bienales siguen siendo una apuesta de arte alto (es la Gran Voz de la institución la que escuchamos en sus paisajes sobredimensionados).
Posiblemente y en gran medida, suceda lo mismo que con el punk en su hora cero: los pequeños espacios, el low profile, los balbuceos de interconexión, sean las instancias en las cuales la movilidad semántica-sensorial nos provea de sus irrupciones más atractivas.
Acabo de inaugurar dos curadurías (una en el Fondo Nacional de las Artes, en Buenos Aires, otra en el Museo de Arte Contemporáneo, en Rosario) en las cuales, y desde el estricto marco del formato-exhibición, vuelvo indagar una vez más en estos beneficios: no importa tanto el gran discurso que todo quiere explicarlo, sino las interconexiones de un sistema que funciona como un texto clásico: cuanto más lo leemos, más mundos descubrimos.
"En fin: cultura alta o baja no son más que variables de tiempo. Ya lo sabía Sun Tzu: heterodoxia y ortodoxia no son más que un juego de máscaras que se intercambian vertiginosamente. Hay muchos ejemplos que en su momento hubieran sido considerados de baja cultura y hoy nadie se animaría a repetirlo. ¿un compositor como Glenn Branca fue alguna vez baja cultura? ¿El jazz no era baja cultura para Theodor Adorno? ¿Dónde ubicamos a las películas de Warhol-Paul Morrisey? ¿Y los relatos de Alphonse Allais? ¿Y a Stephen King filmado por Kubrick? ¿Y Stanislaw Lem llevado a la pantalla grande por Tarkovsky?¿Y Coco Chanel, Saint-Laurenz, Gucci, Gaultier?
¿Qué marca hoy la distancia entre lo alto y lo bajo? ¿El uso de los materiales? ¿Las salas de concierto? ¿La elección de los académicos? ¿El consumo?" (Del catálogo de ArgenTrash).
miércoles, 18 de noviembre de 2009
El mundo como instalación
Publicado por rafael cippolini en 12:04:00 p. m.
Etiquetas: alto y bajo, curadurías, estética(s) del sentido, miradas, Paisaje e Ideología, sujeto pop