miércoles, 30 de septiembre de 2009

Disponibles para todo abuso

¡Defacing!
Otra vez la extraña sensación de que nada es definitivo.
Ni siquiera lo que pensábamos de nosotros mismos.

¿Propiedad cultural? ¿acaso no son siempre los demás quienes nos definen?
Ok. Pero ¿cómo nos especifican? ¿De qué modo?
Los protocolos digitales (o más específicamente su vulnerabilidad, su provisoriedad) subrayan lo evidente: el lenguaje nos convierte en quienes somos pero ¿de qué modo?

En un blog, en otro blog y en otro se multiplican los enunciados, técnicas, aproximaciones y manifiestos fragmentarios sobre el defacing. Delimitémoslo de otro modo: nos referimos a la apropiación ilegal de un significante para imprimirle un giro de sentido: un lifting subrepticio en un cuerpo ajeno.

Es un detalle, claro. ¿Pero acaso no son los detalles los más peligrosos?

Si existe una novedad en el defacing no radica en la naturaleza del gesto (¿cuántos carteles de la vía pública no están intervenidos? ¿no son acaso grandes pizarras para ejercer por superposición y adulteración la opinión pública y el cansancio?) sino en el carácter de la intervención: alguien se está entrometiendo en tu intimidad.

Conocemos bien el gesto de los hermanos Chapman al intervenir las 13 pinturas de Hitler. Pero en ningún momento ingresaron en un museo o en la casa de un coleccionista y pusieron manos a la obra. Ni siquiera Duchamp lo hizo con su famosa Gioconda bigotuda. ¿Por qué? porque aquello que determina al arte no es la técnica ni siquiera el modo, sino el tipo de circulación. El arte es un diálogo que exige determinados protocolos (a muchos le sigue resultando paradójico que no exista arte por fuera de la institución arte).

El defacing violenta lo privado. ¿Lo cuestiona? Rara vez.
¿Cuestiona una artista como Luciana Lamothe cuando pone en practica sus pequeños y refinados atentados? También es cierto que su juego no es sobre el sentido, sino sobre la materialidad. Una vez más el gesto deviene arte cuando la institución lo adopta.

El defacing por concepto resulta invariablemente para-institucional. Y termina cerrándose sobre sí mismo: se diluye cuando intentamos desplazarlo del universo digital. Esto es: nos dice más sobre nuestra relación con las plataformas de software que sobre una semiótica cultural.

Digámoslo así: no es nada distinto a otra reelaboración sobre las condiciones de vulnerabilidad de un programa. No inventa nada, no propone ningún cambio, no se determina en algo que pueda entenderse como una toma de opinión contundente. Por el contrario: sigue presentándose como un parásito que se alimenta de las imprevisiones de un soporte.

Por esto mismo algo falla en los elementos teóricos que sostienen la propuesta del Proyecto Defacing del artista cubano Pablo González Trejo. Los espectadores-interventores no actúan como hackers. Por el contrario: son invitados a manipular el material (se trata de retratos open source, que una vez intervenidos no recuperan –como si sucede con los soportes digitales- su condición original).

Ahora bien: ¿no son infinitamente más interesantes las elucubraciones de las fanfictions? ¿No cautivan tanto más por tratarse de un acto asertivo, esto es, a favor, sin ironía ni cinismo, que por otra parte puede llegar tanto más lejos en su reconfiguración semántica?
La vulnerabilidad puede ser (muy) sexy: narraciones disponibles para todo abuso (amoroso).

Quienes practican el defacing dejan demasiado en claro su prejuicio burgués: están demasiado atentos a la propiedad. Definitivamente, parecen sentirse fuera de algo.

Quienes se manifiestan por las fanfictions por el contrario se creen tan parte (tan definidos) por su objeto de deseo e identidad que hacen uso y abuso de sus elementos como si nada pudiera separarlos de ellos.
Su vandalismo es amoroso. Dan al otro lo mejor de sí, no sus prejuicios.

¿No aprendimos que pueden llegar a ser mucho más demoledoras las críticas a favor?

En la confección de una narrativa fanfiction (las infinitas nuevas versiones que realizan los fans de su objeto de culto) la cantidad de matices y recursos que pueden desplegarse son infinitamente más potentes que en la acción repentista y fugaz del defacing.
¿O acaso lo que más nos atrae del arte es su capacidad de expandirse tanto más allá de una crítica a las posibilidades de un soporte?