domingo, 15 de febrero de 2009

La pornografía del futuro

El sexo virtual ¿es sexo?
¿Ver sexo es tener sexo?
¿Virtual implica necesariamente mediación, distancia?

Un usuario de Second Life ingresa a un sitio de orgías. Frente al entrelazado de tantos cuerpos, exclama: “¡esto es el futuro de la pornografía!”.

La virtualidad, por definición (aquello que no es físico) desplaza al cuerpo. Reubica (reordena) los sentidos. Genera otro tipo de inmediatez no material. Por eso sigo insistiendo en que el problema no es tanto el software sino cómo el programa sigue modificando nuestras políticas de virtualidad: los efectos culturales del software.

La pornografía es voyeur. Es alguien que mira a terceros teniendo sexo.
No estaría nada mal, entonces, proponer la confrontación de dos libros, que si bien originalmente fueron publicados con apenas dos años de diferencia (1991 y 1993), en nuestro idioma el salto se percibe como tanto mayor porque el primero se tradujo dos años después y el segundo con una distancia de casi tres lustros.

Me refiero a El jaguar y el oso hormiguero. Antropología de la pornografía de Bernard Arcand y Ojos abatidos. La denigración de la visión en el pensamiento francés del siglo XX de Martin Jay.

¿No es sintomático que la pornografía (sus conceptos, hábitos e industrias) se expanda más y más a medida que el lugar ocupado por la visión en la tradición occidental se cuestiona una y otra vez?

¿Nuestras formas de ver se virtualizan indeclinablemente? ¿Las cámaras web son una segmentación o ampliación de nuestros sentidos?

Daniel Molina me contaba, hace un tiempo atrás: “Un reconocido profesor universitario extranjero me estaba enumerando sus tareas diarias, su rutina, y en un lugar nada menor estaba su cuota diaria de pornografía por internet. En un pasado no demasiado lejano muy pocos hubieran hecho públicos estos hábitos. Hoy es algo muy común.

Para la web y sus proveedores, la pornografía no es más que otro índice, alimento de estadísticas.
Para Gombrowicz, el sólo término (las reverberancias de la palabra) implicaban un orden tanto más moral y estético que solamente económico.
La siempre astuta actriz porno Sasha Grey, autodenominada “pornostar existencialista” (indeclinable referencia actual para las tendencias del género) un punto de intersección de estéticas: Belladonna, Soderbergh, Smashing Pumpkins, Joy Division, Donald Judd, The Roots, Antonioni, Mingus, Zak Smith, el grupo Mondongo y Bowie.

Tengo que volver a mi biografía: de alguna manera quedé marcado por un prólogo que Aldo Pellegrini escribió para el inolvidable volumen de Argonauta, Pornografía y obscenidad, D. H. Lawrence y Henry Miller.

Para el surrealista argentino ya no se trataba sólo de moral, sino de la vulnerabilidad de una percepción sagrada en guerra: si avanza la pornografía, el erotismo declina.
Banalización del erotismo, ok. Pero ¿de qué modo?
¿Es una cuestión estética? ¿Comercial? ¿religiosa?
¿Todo esto junto?


¿Dónde apuntó George Steiner que pornográfico “es aquello que jamás será abstracto”? Cuando creíamos enterrada la antigua antinomia abstracto/no figurativo ¿en qué sitio nos colocan las imágenes de cámara web de gran tamaño de Marcelo de la Fuente?

La visión declina cuando la pornografía se afianza.
Pornografía de la información, como diría Baudrillard (y retomaremos en próximos posteos).
¿Virtualidad pornografizada?
¿Es una medida de distancia, de tiempo, de soporte?
¿El erotismo condenado a una pornografía a distancia (pornografía mental)?
Cuestión que nunca fue dominio exclusivo de la psicología, sino por sobre todo de una siempre renovada antropología ¿cuál es el límite del sexo?
¿La virtualidad digital nos hunde en Otro Nuevo Desorden Amoroso?

Deberíamos volver al humor del video Entrevista # 4 Liliana, de Karin Idelson.

Necesito terminar con un pequeño párrafo de Juan García Ponce, de su libro Teología y pornografía, ensayos de análisis de la obra de Pierre Klossowski:

“Los cuerpos, iguales en esto a las almas a las que el lenguaje les da cuerpo en Le Baphomet, no tienen ningún principio que garantice su identidad y guiados en los impulsos que se alojan en ellos y les dan vida, tienden incesantemente a transgredir sus límites mezclándolos e intercambiándolos. Estos impulsos determinan y hacen posible la continuidad de la vida y la propia existencia de los cuerpos; pero también, porque se realizan ciegamente, muestran el carácter ciego de la vida. En ella el cuerpo pierde su identidad y su acción se convierte en trasgresión del cuerpo por el cuerpo, en prostitución de los cuerpos por si mismos: deviene pornografía”.