lunes, 15 de diciembre de 2008

Todo androide sueña con sponsorear hasta la electricidad de su oveja

¿Qué es estar por fuera? ¿Qué quiere decir? ¿Por dónde entonces?
La idea de contracultura de la que se alimentó durante los sesentas y setentas la cultura rock tenía mucho de “esa zona” independiente, una isla en medio de lo real, pero con otros códigos, otros links menos pesados. No era exactamente lo alternativo, sino simplemente otro sitio.

Lean esta nota publicada el sábado en La Nación (hagan click acá). Los nombres fuertes fuertes de la cultura rock oficial en Argentina más que nunca son Quilmes, Pepsi y Personal.

Los museos se desviven frente a los sponsors. Conozco artistas que clasifican su interés en los curadores según su filiación a tal o cual institución. Pronto quizá sea al revés y los curadores sólo establezcan sus links con espacios aprobados por el marketing. Otra vez Philip Dick ¿no?

Las escenas fundantes de las tecnoculturas, ya sabemos, se alimentaron de lo mismo: otro Tlön, un viaje de interconexiones que ampliaba los límites del mundo de un modo similar al cual durante el período psicodélico lo habían logrado los ácidos. Enseguida se transformaron en empresas.

Para ser Flogger necesitás tu kit (todos necesitamos el nuestro, hagamos lo que hagamos). Cualquier flogger define su intimidad desde un catálogo de marcas.

¿Gran parte del naciente arte contemporáneo, del arte procesual a muchas prácticas derivadas de Fluxus, no se cimentaban en el extramuros institucional? Coca-Cola, Nike ¿quién más sponsorear el Barrio Joven de Arte BA?

Una zona libre, sí. Libre del mandato de los sponsors. Libre de fundaciones reguladoras.
Los tiempos siguen alejándonos de aquel anarquismo insular.

¿Libre es sinónimo de autónomo?

Cierto, tenemos esa categoría resbalosa, la del “arte de culto”. Al permitírsele poner entre paréntesis la reificación, ante su posibilidad de ser minoritaria y jamás excluyentemente elitista, puede pasar del sello indeleble de las marcas.
Pero ¿no sigue siendo una condición demasiado estrecha?

En nuestros días, los relatos de nuestras experiencias parecen producidos para ser narrados en el tono y la gramática de los medios masivos. ¿Serán por siempre ellos los dueños de nuestras biografías? Si Mallarmé soñaba con la conclusión en un libro a venir, la lengua de los medios prosigue con su insistencia de dialecto sponsoreado. ¿La convergencia de los medios solo como el insistente botín de una lengua cada vez más homogeneizada?

¿Cuánto podremos diversificar y desconcentrar nuestros relatos, dispararlos fuera de órbita, de qué modo?
Qué bueno sería generar continuas estrategias que enloquezcan a los tésters del marketing. Pero soñar con reinventar la clandestinidad, con centrifugar el margen, ¿cómo? ¿Será otra inútil quimera?
Hacia principios de la década pasada, en anarquista ontológico Peter Lamborn Wilson (1945) más conocido como Hakim Bey hizo circular sus teorías sobre el ZAT (Zona Autónoma Temporal). En todas partes del planeta se glosaron sus textos. Ahora bien ¿no se trataba ya de una ficción que atrasaba?
Libre no es sinónimo de autónomo.


¿A qué fundación de espacio estamos refiriéndonos? ¿A qué tipo de espacio? ¿A qué relatos? ¿A cuál autonomía?

La autonomía atrasa.
Josefina Ludmer: “Escrituras o literaturas postautónomas (…) Estas escrituras diaspóricas no solo atraviesan la frontera de ‘la literatura’ sino también la de ‘la ficción’ [y quedan afuera-adentro en las dos fronteras]. Y esto ocurre porque reformulan la categoría de realidad: no se las puede leer como mero ‘realismo’, en relaciones referenciales o verosimilizantes. Toman la forma del testimonio, la autobiografía, el reportaje periodístico, la crónica, el diario íntimo, y hasta de la etnografía (muchas veces con algún “género literario” injertado en su interior: policial o ciencia ficción por ejemplo). Salen de la literatura y entran a ‘la realidad’ y a lo cotidiano, a la realidad de lo cotidiano [y lo cotidiano es la TV y los medios, los blogs, el email, internet, etc]. Fabrican presente con la realidad cotidiana y esa es una de sus políticas. La realidad cotidiana no es la realidad histórica referencial y verosímil del pensamiento realista y de su historia política y social [la realidad separada de la ficción], sino una realidad producida y construida por los medios, las tecnologías y las ciencias. Es una realidad que no quiere ser representada porque ya es pura representación: un tejido de palabras e imágenes de diferentes velocidades, grados y densidades, interiores-exteriores a un sujeto, que incluye el acontecimiento pero también lo virtual, lo potencial, lo mágico y lo fantasmático.”

A ver, a ver, prosiguiendo con este texto de Ludmer sobre literatura y proyectándolo otras prácticas ¿necesitamos un Hakim Bey de la posautonomía? Si la autonomía sólo aparece en la garantía de las instituciones y éstas a su vez en la de los sponsors de turno que sepan captar ¿la zona que deseamos es entonces postautónoma?

Ludmer, otra vez: “La realidad cotidiana” de las escrituras postautónomas exhibe, como en una exposición universal o en un muestrario global de una web, todos los realismos históricos, sociales, mágicos, los costumbrismos, los surrealismos y los naturalismos. Absorbe y fusiona toda la mímesis del pasado para constituir la ficción o las ficciones del presente. Una ficción que es ‘la realidad’. Los diferentes hiperrealismos, naturalismos y surrealismos, todos fundidos en esa realidad desdiferenciadora, se distancian abiertamente de la ficción clásica y moderna. En la ‘realidad cotidiana’ no se oponen ‘sujeto’ y ‘realidad’ histórica. Y tampoco ‘literatura’ e ‘historia’, ficción y realidad.”

¿Una inédita Z.P.T está en marcha?