¿La innovación es la contracara del cansancio o del aburrimiento?
¿Quién se harta antes de los diseños? ¿Nosotros o las empresas? ¿Cómo se conjugan necesidad, efectividad y novedad?
El problema no es que los algoritmos lean, sino que nosotros leamos como algoritmos. Otra vez volvemos a la tramposa pregunta ¿nuestras fallas son las mismas que las de las máquinas?
Anteayer, en las Jornadas Anfibias en Villa Ocampo, repasamos Matriculated, el corto de Peter Chung, última parte de Animatrix. Hay una escena que particularmente me gusta mucho. El ingeniero de la base humana apresta los programas para inyectarle un nuevo principio de realidad al robot cautivo. Dialogan con la protagonista. Hablan de las máquinas. Ella: “La decisión correcta es la que queremos que tomen”. Él: “Exacto. Las máquinas son herramientas. Se hicieron para utilizarlas. Está en su naturaleza.” Ella: “¿Ser esclavas?”. Él: “Por eso les mostramos un mundo mejor. Por eso se convierten”.
Ella: “Pero el mundo que les mostramos no es real”. Él: “Eso no importa”. Ella: “Me temo que se darán cuenta que creamos eso en nuestra cabeza”. Él: “No notan la diferencia. Para una mente artificial toda realidad es virtual. ¿Cómo van a saber que el mundo real no es otra simulación?”
Estamos conectados por medio de software. Un programa interactuando en un entorno anfibio. Es más: es el programa quien desarrolla el contexto dual.
Describiendo el cybersexo, Mark Dery concluye: “En el cyberespacio [los amantes] se convierten en criaturas lisas y plateadas cuyas caras se funden y se separan en una unión mística que disuelve los límites del cuerpo.
(…) Irónicamente, esta sexualidad trascendental, sin intermediarios, en la que los cuerpos se unen y las almas se mezclan, tiene lugar en un entorno completamente mediatizado: un programa al que se accede por interfases que ciegan los sentidos e impiden el movimiento.
Vistos desde afuera de su hiperrealidad informática, los amantes parecen idiotas, solipsistas. Cada uno se besa a sí mismo, mueve la lengua en el vacío y abraza la nada. Las palabras de Lebel sobre la Novia Desnuda del Gran Vidrio de Marcel Duchamp –“onanismo para dos”- se aplican también al cybersexo”.
Existen dos formas de entender lo virtual: o bien como residuo, o bien como parásito de lo real, en ambos casos como su continuación anómala.
Pero siempre en tanto un aspecto de lo real. No existe lo virtual por fuera de lo real. Lo opuesto a lo virtual nunca fue lo real. Sino lo físico.
Y no es que en lo virtual la materia se comporte de otra forma, sino más bien que nuestros sentidos encuentran un límite.
Para nuestra cultura “clásica”, la virtualidad fue siempre una “mala idea de la visión”. Anomalía por parásito o residuo. En el primero de los casos, lo virtual estuvo siempre. En el segundo, es una consecuencia de nuestras acciones.
La virtualidad fue considerada por siglos como realidad errónea.
En un sentido tradicional, la virtualidad era lo falso. Lo que no tenía materia.
Hoy comenzamos a entender a lo virtual como la conciencia de la limitación de nuestros sentidos.
La tecnología hizo que esa “mala idea de la visión” sea económica y políticamente redituable.
Vivimos en una época de contaminación virtual. Si los ecologistas unplugged saben que es imposible revertir los efectos nocivos de ciertos procesos de industrialización y lo mejor es operar desde “adentro” ¿No parecen tener razón quienes conspiran desde el interior de los nuevos medios?
Tanto Animatrix como I Robot, de Isaac Asimov se plantean una evolución en la cual las máquinas defienden sus derechos. Por ejemplo, su derechos a leer como máquinas. A innovar. ¿Falta mucho para que las máquinas se aburran, se cansen?
Un robot es un formato tecnológico. Pero también es (ya es) además de una estética y una épica, además un estandarizado formato de lectura.
Sin ir más lejos, pienso en el Google Reader: leer en este caso se limita a depositar un instructivo en una máquina. A generar un criterio de búsqueda. Las lecturas anfibias poseen invariablemente los dos contextos, al modo de yin y yang.
Nomadismo poco menos que inmovilizado.
Temo se preguntaba en uno de los comentarios del posteo anterior: “¿Nómade? Cuanto más navego en internet, más atornillado estoy a la silla frente a mi laptop. Una computadora móvil pero que no saco de mi pieza.”
Realidad craqueada: el término proviene de la química. Craqueo es “la descomposición de una molécula compleja en otras más pequeñas.”
La dirección de sentido (to crack: romper, rajar, fracturar) es la misma que utiliza la informática al denominar prácticas como el password cracking, el system cracking o el software cracking. (Gracias, Srta. Pola.)
Como dice Milenio Esquizo: “Hay millones de mundos ocultos dentro de éste”. Siempre mundos anfibios.
"Principio de realidad. El llamado mundo virtual parece no tan virtual, las acciones que se desarrollan en la internet resultan tener su impacto en la realidad, de hecho la realidad vive hoy gracias a la internet (donde se desarrolla la mayoría del intercambio económico, donde se generan nuevas formas de relaciones sociales y donde también se produce una ingente cantidad de cultura)."
Lo sabemos de sobra: muchas veces cuando innovamos achicamos nuestra visión. Es una respuesta clásica. Los gnósticos la enunciaban así: para salir del laberinto no hay que dar un paso para adelante, sino trepar hacia arriba. Pero a veces nos encontramos con laberintos que están techados: lo nuevo puede ser doblemente aburrido. Seas o no una máquina lectora.
sábado, 1 de noviembre de 2008
Reality Cracking
Publicado por rafael cippolini en 9:48:00 a. m.
Etiquetas: anfibiología, cybergéneros, Infostranenie, lecturas en internet, política de fines, redireccionamientos, tecnofobia(s), tecnología y técnica, violentainment