lunes, 17 de noviembre de 2008

Madame Bovary Siglo XXI

Cada tecnología es la instrumentación de un deseo. Su aliada, su consejera, su mercenaria, incluso a veces hasta su confidente. El deseo necesita abrirse paso y la tecnología le ofrece un catálogo de medios para construir una victoria.

Hoy la burguesa diva de Flaubert distribuiría su tiempo entre Facebook, Bedpost, unos cuantos blogs y Second Life. Y, por supuesto, utilizaría otra buena parte de su tiempo restante enviando clandestinos mensajes de texto. Sus aventuras, como no podía ser de otro modo, resultarían tan anfibias como digitales.

Es decir, su intimidad sería primordialmente digital. O al menos, se articularía por medio de un grupo heterogéneo de softwares. Demos vuelta esto. Si un productor cualquiera le encargara a un guionista realizar una adaptación de la canónica novela situándola en nuestros días, los hábitos de la heroína estarían mediados por una tecnología que actuaría sobre la ilusión de una forma diversa.

¿Esto implica una nueva industrialización de la emoción?

¿Cómo se construye ahora su imaginación y su deseo? ¿Con qué fragmentos reordena su imaginario? En el siglo XIX, su fantasiosa sensibilidad parecía más autosuficiente, vuelta sobre sí. El desequilibrio entre sus ensueños y la realidad eran bien distintos. Otro reparto, al decir de Marc Augé. Este nuevo siglo la encuentra hiperconectada, distribuyendo sus tiempos entre varias plataformas de interrelación virtual y su más allá unplugged.

Lo mismo que sus excursiones de shoppings y los ritmos de su agenda: imágenes siempre remixadas. Pero por sobre todo, el imaginario de esta mujer poseería, como nos gusta pensar siguiendo a Virilio, otra velocidad y otra adiposidad.


En la selva del deseo, la tecnología reconstruye las fronteras de su imaginario.
¿Quedaría algo de aquella Emma? ¿O sería un arquetipo absolutamente diverso?

Esto nace de un dato que a primera leída puede parecer tonto. En una de nuestras charlas en el Metaverso, mi virtual amigo Napoleón Baroque se refiere a tramas amorosas anfibias. Cuando lo vuelvo a consultar, me recomienda leer un blog, especialmente un posteo, en el cual un avatar llamado Oyana se pregunta sobre las correspondencias amorosas entre una plataforma de simulación digital como Second Life y el mundo físico. ¿Una amante virtual es realmente una amante si esa relación nunca abandona su entorno software?

Napoleón me cuenta que gran parte de los mayores de treinta años que utilizan el programa (quizá el segmento más numeroso de quienes acceden diariamente a este planeta de imágenes) conforman parejas distintas a las de su mundo físico. ¿Pero de qué clase de relación se trata? ¿Será cómo jugar al amigo invisible? ¡En Second Life ya existen terapias para este tema!

Sin embargo no puedo dejar de recordar los amores epistolares en todas sus versiones, aquellas pasiones que la mediación multiplicó ¿No se trataba ya entonces de vínculos anfibios, en una extensión que se extiende (por sólo referir a la modernidad) desde Liasons Dangereuses (Las relaciones peligrosas, 1796) de Pierre Choderlos de Laclos, al epistolario entre Milena Jesenská y Franz Kafka o bien a aquel otro tan intenso entre Marina Tsvietaieva, Rainer Maria Rilke y Boris Pasternak, por sólo citar algunos que me conmovieron en algún momento?

En sus juegos de imaginación homicida ¿las protagonistas de Heavenly creatures (Criaturas Celestiales, de Peter Jackson) no construían su amor prohibido en dos contextos interactuantes pero disociados al fin?
Pero veamos, mientras que una intimidad anfibia invariablemente ocurre en dos planos, aquello a lo cual Napoleón refiere implica una estricta separación de contextos: una total independencia de mundos.

Es entonces cuando entiendo que en Second Life rebosa una nueva estirpe de Madame Bovary. Hace cuatro días, una noticia dio la vuelta al mundo. El matrimonio inglés conformado por Amy Taylor (28 años) y David Pollard (40), quienes se habían conocido en un chat en 2003, concluyó con un escándalo cuando ella descubrió que él le era infiel en el Metaverso. Se habían casado en 2007.

Si Clément Rosset insiste en que la ilusión no es otra cosa que aquel deseo que se programa para hacer caso omiso a todo lo que le impida concretar su objetivo, la construcción gráfica de un mundo como Second Life puede convertirse para muchas Emma Bovary de nuestra época en el escenario perfecto para cumplir sus fantasías. Pero ¿se trata realmente de otra dimensión o no es más que un espacio suplementario al mundo físico?
Ya se habla de bovarismo virtual.

¿Qué dirá la legislación? ¿Un delito no económico en Second Life puede tener consecuencias, incluso ser penado en Real Life? Como se preguntó una y otra vez la prensa en el caso Taylor / Pollard ¿es realmente sexo lo que sucede del otro lado del monitor?

Para muchas religiones, un pensamiento es acción: se peca con la simple actividad mental. ¿Vivimos en tiempos en los cuales los actos virtuales vehiculizados por la web obtienen materialidad en el mundo de átomos?

La respuesta puede resultar obvia y es directamente proporcional a la relación que cada cual tenga con los imaginarios que despliega la red. Si tu deseo fue moldeado por las posibilidades de un software 3D, tus límites de mundos son muy distintos a si tu relación con la web se limita a utilizar el servicio de mail, Google y ver ocasionalmente algún video en Youtube. Doy vuelta la pregunta ¿qué tan importante resultan los metaversos en la elaboración de tu cotidianeidad, y en consecuencia, de tu deseo?

Quizá la suerte de las novísimas Emma Bovary digitales sea harto diferente.
Quizá la novela de su vida tenga otro final.
¿Mucho mejor? ¿o peor?