Volvamos a un tema ya clásico: la identidad es un programa. Y si bien aludo directamente a la figura del software lo cierto es que mi remisión es a la semiosis de la palabra, especialmente a dos líneas de avance consignadas académicamente: un proyecto ordenado de actividades así como un tema para un discurso, diseño, cuadro, etc.
Intentaré ser más preciso: me interesa pensar a la identidad como un programa de la industria cultural. Y no sólo eso, sino proponer un análisis de muchas de las ventajas que esta coyuntura nos ofrece.
Ya sabemos que la palabra persona tiene su etimología más difundida en la noción de máscara y que en todas las épocas existieron quienes hicieron de la mutabilidad y docilidad de customizaciones una estrategia de notoria efectividad (¿recuerdan a Cagliostro o a Simon Templar?).
El pop se desarrolla en esta maravillosa elasticidad. Ziggy Stardust es una industria cultural desbocada, brillante y feroz. Una industria cultural unipersonal, la nave de un artista (David Bowie, cuyo apellido tampoco es Bowie sino Jones, máscara sobre máscara) que amalgamó ciencia ficción, electricidad y androginia ritual para señalar posibilidades de exploración inéditas en manipulación de los mass media como artefacto estético.
La elección no tenía por qué ser intergaláctica ni remitir a Pepperland, ese otro territorio de sueños donde los Beatles volvían a transformarse en animaciones, sino que en su raíz rock ya había canibalizado la misma literatura del Siglo XX.
Robert Zimmerman, quien en unos días más se presentará otra vez en Buenos Aires, ya se había programado y propuesto su identidad modelada en la industria cultural como un arma: se había transformado en Bob Dylan, un redireccionamiento y reseteo de la sombra de ese tremendo irlandés de los 18 whiskies fatales. Sí, por supuesto: Dylan Thomas.
Con el advenimiento de web, inmediatamente se expandió el dominio de la reconversión digital de la identidad. Hace poco más de diez años, Tomás Maldonado escribía al respecto:
“(…) El problema de la identidad individual. Me refiero al uso, cada vez más frecuente de programas de interacción en red en el que los usuarios pueden renunciar a su identidad asumiendo, a placer, otras. Una estudiante de dieciocho años que se hace pasar por un viejo boxeador retirado. Un abogado de provincias por un director de orquesta. Un hombre casado por un solterón recalcitrante. Un sacerdote irlandés por una prostituta brasileña.
Estos disfraces informáticos, como se ve, pueden presagiar situaciones de indudable comicidad involuntaria (o voluntaria). No hay que asombrarse, pues, de que a menudo sean empelados como una especie de ingenioso, frívolo e hilarante juego (virtual) de sociedad.
(…) No obstante, el fenómeno tiene implicaciones que van mucho más allá de los ámbitos que acabamos de referir. Aludo a implicaciones que el fenómeno puede tener, y de hecho tiene, cuando se verifica en el ámbito de la comunicación política. (…) Cuando la charla , como en este caso [en el chat], tiene lugar entre sujetos que interactúan a distancia, sin un contacto cara a cara, y encima ocultando la propia identidad, está claro que estamos ante una forma de comunicación muy alejada de lo que razonablemente se puede tomar por una efectiva comunicación”.
Señalo este fragmento sólo de modo indicativo. El análisis de Maldonado es extenso y les propongo que lean sus fundamentaciones condenatorias. Por lo pronto me interesa señalar algunos puntos. Primero, Maldonado nos dice “los usuarios pueden renunciar a su identidad, asumiendo, a placer, otras”. Me pregunto ¿nos preguntamos lo suficiente de qué modo aceptamos esa primera (u original, vaya palabra) identidad? ¿No será que cuando investigamos en todos los otros que podemos ser estamos burlando ciertos presupuestos de control social que no son sino limitativos y preocupantemente reductivos?
Por supuesto, hay que ser cuidadosos y jamás inocentes; no dejen de leer esta nota. Pero bien ¿por ejemplos semejantes estamos obligados a abandonar el desafío?
Mi venerado Salvador Elizondo supo escribir: "Para ser verdaderos es preciso que seamos tal y como nos imaginan los desconocidos." En tiempos de nuevos análisis de proyectos comunitarios en red de inspiración utópica, de experimentación con nuevas formas de interacción social retomando los modos y desafíos de las praxis artísticas de los sesentas y setentas ¿no deseable y necesario explorar un tema tan clásico como las mutaciones de las posibilidades de identidad llevándolas a límites antes desconocidos?
No estamos cambiando (mucho menos aún sustituyendo) a la realidad. Por el contrario, estamos revisando críticamente cómo se construyen las identidades, es decir, esas plataformas desde donde luego se articularán los preceptos (¿perceptos?) que intentan definirla.
Volviendo a Bob Dylan, no dejen de ver la última película de Todd Haynes inspirada en esta querida figura. Hace muy poco, este director le confesaba a Greil Marcus:
“A menudo mis películas han considerado el dilema de identidad como un chaleco de fuerza para la gente, para las sociedades, para las culturas, para los momentos históricos. Demuestran diferentes tipos de rebeliones ante esa coacción, a veces a través de la metáfora de la enfermedad –un cuerpo protestando antes de que la conciencia se percate de lo que está sucediendo- y a veces a través de extrañas erupciones de la cultura popular, como Velvet Goldmine, acerca de la era del glam rock como excepción a las reglas de lo que son el rock & el roll y la masculinidad. Un momento de fluidez: ‘podés cambiar, podés disfrazarte de distintos seres y otros egos’. “
Para luego, internarse aún más en las coordenadas de I’m not there y decir:
“Aquella esperanza , promisión y potencial radical de múltiples egos, múltiples identidades, entrelazada en la competencia de las ramas del poder; esa idea … estamos persiguiendo la esperanza y la psicosis de aquella promesa como cultura: Lo que ocurrió en la era Dylan y dentro de la vida de Dylan, pero al final, es algo que tenés que continuar persiguiendo y ver como un modelo para la libertad: la capacidad de escapar de un yo fijo”.
Este posteo, claro, es el volumen uno. Tiene una segunda parte.
Dedico este posteo al sagaz Napoleón Baroque.
martes, 4 de marzo de 2008
Rebasando aún más el control de identidad (v.1)
Publicado por rafael cippolini en 11:41:00 a. m.
Etiquetas: rechequeando identidades