martes, 16 de octubre de 2007

“Tokio como software” y además

“¿Es posible acceder a Second Life desde Second Life? Es decir ¿un avatar tiene acceso desde su lugar a un universo virtual como el de Second Life?” La pregunta me la hizo Sergio Pángaro hace dos días en la ciudad de Rosario. El interrogante por este juego de cajas chinas -de mamushkas o babushkas informáticas- es crucial y podríamos reformularlo así ¿puede la virtualidad generar virtualidad desde la virtualidad? (Como puede verse en la imagen, en Second Life encontramos muchos video games; incluso, mi avatar tiene una notebook mientras que en Real Life no tengo ninguna.) Y linkeada a esta pregunta ¿de qué forma y bajo cuales políticas se relacionarán en el futuro cercano distintas plataformas de virtualidad?
Ya sabemos: Linden Lab e IBM trabajan en conjunto en la elaboración de avatares que puedan ser utilizados en más de un programa, lo cual es completamente lógico: no dentro de mucho podremos navegar entre mundos virtuales de la misma manera que navegamos en el Google o en la Blogósfera: la web imita al Big Bang. Desconocer este avance (incluso negarlo) ya resulta tan absurdo como hace un siglo atrás resultó rehusar el teléfono o la radio. Hoy nos parece ridículo, pero entonces no fueron pocos los que desconfiaron de estos aparatos.
Mientras termino un ensayo –muy a destiempo- para el próximo número de la revista Tokonoma (precisamente “Tokio como software”, sobre las estrategias aplicadas a los imaginarios en el diseño de ciudades virtuales, en este caso la impactante Tokio puesta en órbita por Tetsuya Mizuguchi, Señor Manager de la empresa Dentsu) pienso que cada vez tiene más sentido pensar sobre el futuro del arte y de la literatura (y del cine y del teatro y de la música y de tantas otras disciplinas) en los universos virtuales.
Porque hasta el momento lo que más encontramos son simples traslados y adaptaciones: efectos de simulación. Pero sabemos perfectamente que lo más interesante es abandonar por completo las leyes que rigen estos haceres en Real Life y reinventar sus usos en estos mundos (Second Life no es un mundo, sino muchos mundos en uno; cuando se multipliquen aún más las plataformas virtuales y nuestros avatares puedan viajar entre ellas –incluso generando más virtualidad- el efecto será arrollador).
Siempre el mismo límite ¿inventamos nuevas reglas y estudiamos cómo accionarlas o simplemente reproducimos las mismas viejas reglas?
Ya no se trata de lo nuevo y lo viejo. Los conceptos de fantasma (sobre el que el psicoanálisis ha indagado tanto) o de fantasmagoría (otra vez más fue Tomás Maldonado quien exploró minuciosamente las propuestas de Stanislav Lem) son realmente antiquísimos. Es inútil discutir sobre sus límites conceptuales al tiempo que es imprescindible investigar los efectos de las recientes aplicaciones.
Seré temerario y preguntaré lo más incómodo: ¿podría existir en una plataforma virtual como Second Life un Josef Mengele? ¿Tiene sentido la bioética en universos como el que describimos?
Me aburre profundamente el sexo virtual tanto como me inquietan los futuros desarrollos del sexo mutante (es mi lado Burroughs o Cronenberg) ¿cuál es la función del sexo en la virtualidad? ¿cómo se dispara aquí la líbido?
Sigo insistiendo: todas estas preguntas que se arremolinan en nuestro cerebro cuando nos enfrentamos al devenir de los mundos virtuales generados por la informática repercuten en nuestro mundo unplugged. La virtualidad digital modifica nuestra vida cotidiana. Los efectos aún no son tan notorios, pero lo serán y mucho en poco tiempo. Estoy interesadísimo en rastrear estos cambios. Y sigo creyendo que no existe nada mejor que el arte y la ficción para obtener respuestas.
Vuelvo a lo planteado por Marc Augé y subrayo: vivimos en una guerra de sueños, entre el imaginario individual (los sueños), los imaginarios colectivos (los mitos) y la ficción creativa (las artes): y estoy absolutamente convencido que no existe nada mejor para obtener respuestas críticas y mapas de estas interacciones que las armas que nos proporciona la misma ficción creativa.