jueves, 27 de septiembre de 2007

Maestros Aliens y hornos microondas

El siguiente reportaje, realizado por Gustavo Pablos, forma parte de la edición de hoy de La Voz del Interior, Córdoba, Argentina.

Me interesan los que no piden permiso

"Adoro y apuesto invariablemente por las hipótesis desmesuradas y las lecturas que pueden considerarse incorrectas", dice Rafael Cippolini. Y asegura que ese procedimiento "no es nada distinto de cambiar algunos textos de sitio o glosarlos siguiendo otras indicaciones". En Contagiosa paranoia (Interzona), el ensayista y curador propone un singular recorrido por el arte, la literatura y las expresiones de la cultura de masas desde el siglo 20 hasta la actualidad.

Algunos de los ejes de estos ensayos son los géneros como territorios difusos y que van tomando forma con la excavación e intromisión en un cuerpo ajeno, el artista intruso "que ocupa el territorio ajeno por asalto", las zonas de préstamos e influencias de las denominadas baja y alta cultura, y el uso desviado de la tecnología. Y, por supuesto, el ejercicio de un modo de leer, relacionar y escribir (la contagiosa paranoia) que permite unir experiencias y episodios que, a simple vista, parecen lejanos.

"Es curioso, donde otros ven caos no puedo dejar de advertir otros ordenes distintos, pero en reposo", dice Cippolini. Y añade: "Inventamos la idea de orden simplemente como forma de dominación, para seguir soñando con la estabilidad de una visión del mundo". El autor argumenta que "todo depende de cómo se viva la crisis de sentido", ya que el comportamiento de los géneros "es directamente proporcional a la angustia frente la devaluación de ciertos órdenes de sentido".


Un orden distinto.

"Los ensayos que componen este libro son algo así como los cuadernos de bitácora de varios viajes claves hacia el origen del presente", sostiene.

Y dice que los mismos que "funcionan como un sismógrafo que produce la señal precisa frente a varios acontecimientos que circulaban como mitos indie o escenas de culto".

Después de un primer asombro, el lector terminará familiarizándose con un sistema de lectura que, entre otros episodios, describe la particular apropiación que Alberto Greco hizo de la figura de Palito Ortega, revela las inesperadas mutaciones y el cambio de signo del kitsch con la explosión tecnológica, se detiene en la utilización del detournement (desviación, cambio de rumbo) por parte de Borges en la historieta Peloponeso y Jazmín, publicada en el diario Crítica. En una dirección semejante postula a Bonino, Billy Bond, Grippo y Lamborghini como "fundadores de géneros perversos", especula sobre las relaciones entre arte y delito a través de la relectura de las consideraciones de Thomas de Quincey y Marcel Duchamp, e indaga en algunos "casos" de la música y el arte argentino actual.

De alguna manera, Contagiosa paranoia puede verse como un mapa del arte contemporáneo donde se encuentran resaltados una serie de sitios de encuentro donde se produjeron más de un cruce. Algunos de esos acontecimientos son las derivas de Dubuffet en Buenos Aires, las aventuras de Bonino en Europa, la traducción porteña de Ferdydurke o la relación de Le Parc con la galería Indica, donde John Lennon conoció a Yoko Ono.

Arte de aliens terráqueos.

"Si tomamos, por ejemplo, los nombres de Alberto Greco, Jorge Bonino y Borges veo que todos ellos estaban absolutamente desacomodados y llevaron ese desacomodamiento a un espacio donde antes se lo desconocía", dice Cippolini. Por eso cada uno de ellos bien puede utilizarse "como metáfora de una desacomodación, porque lo novedoso sucede invariablemente y a pesar de todo", afirma.

Cippolini confiesa que admira "a los que toman los territorios ajenos por asalto, que no piden permiso. Que se entrometen en zonas tan ajenas como fortificadas y las usan inventando una multitud de malos usos, siempre incorrectos". Y se pregunta: "¿Jorge Bonino era actor? ¿Podemos llamar científicas a las obras de Grippo? ¿Alberto Greco fue novelista? Y me estoy refiriendo a ejemplos clásicos. Hoy los síntomas, por suerte, se multiplican".


–A partir de esa enumeración, ¿qué rasgo considerás clave en el período cultural que has analizado?

–Señalaría un elemento tan sintomático como clave: el alien. Pero no ya el alien extraplanetario, sino el alien terráqueo. La noción de alien es a la vez contextual e invasora: un alien es alguien de otro mundo (un mundo ajeno al nuestro) que por la razón que fuera finalmente termina contagiando nuestra visión. Los aliens son cada vez más necesarios, incluso a pesar de la paranoia que nos producen. En este sentido, el libro es un catálogo de aliens: Alberto Greco, Julio Le Parc, Yoko Ono, el Borges autor de historietas –más bien debería decir "traficante"–, Jorge Bonino, Billy Bond, Witold Gombrowicz, el grupo Opium. Ya ves, todos aliens célebres. Diría más: maestros aliens.

–El libro forma parte de un género, el ensayo, que se caracteriza por la fragmentación, la discontinuidad y lo caprichoso. ¿Cómo creés que toman tus intervenciones los investigadores más académicos?

–Soy ensayista full time. No se trata ya de la práctica de un género de escritura, sino más exactamente de una forma de vida. Adoro y apuesto invariablemente por las hipótesis desmesuradas y las lecturas que pueden considerarse incorrectas, lo que no es nada distinto de cambiar algunos textos de sitio o glosarlos siguiendo otras indicaciones. Es la tradición mayor del siglo 20: reacomodar elementos y exhibir esa disposición heterogénea, diferencial. Es cierto: la razón es uno de los inventos más caprichosos de nuestra civilización, pero sigue siéndonos muy útil.

Basura de alta y baja cultura

–¿Cómo se redefinirá lo alto y lo bajo, lo culto y lo popular, a partir de los cambios que proponen algunas obras y experiencias que mencionás en el libro?

–Estas oposiciones siguen tan vigentes como siempre. Las que vienen modificándose con las décadas son las políticas de acercamiento a sus inventarios: ya no existen ni apocalípticos ni integrados. Las históricas paranoias de Theodor Adorno o Clement Greenberg hoy carecerían de sentido. La alta cultura está tan llena de basura como la baja, y en todas estas categorías descubrimos tesoros. La oposición no resulta valorativa (aunque muchos conservadores lo entiendan así) sino meramente instrumental, toponímica.



–Es decir que las fronteras se están trazando de forma diferente...

–Vivimos en una época en que varias generaciones de mandatarios poseen cultura rock –o podrían perfectamente poseerla– y la usan con fines publicitarios. Tony Blair declaró en varias oportunidades su preferencia por Los Beatles, Spinetta tocó para Néstor Kirchner en la Casa Rosada, donde también se recibió a Bono. Charly García armó algunos conciertos en Olivos con Carlos Menem, donde éste último festejó con los Rolling Stones. Hace ya años Bob Dylan interpretó algunos de sus mejores temas para el papa en el Vaticano. El premio Nobel de literatura José Saramago es un alto exponente del kitsch contemporáneo al tiempo que un historietista como Liniers nos conduce a zonas poéticas de una intensidad notoriamente mayor. Sin embargo, estas ya arcaicas zonas de lo alto y bajo siguen muy vigentes: cimentan en la tentación gigantesca a no seguir pensando. La teoría sigue siendo perezosa.

–¿Cómo reaccionan las instituciones legitimadoras del arte (museos, galerías, publicaciones, academias) frente a las nuevas tendencias?

–Inventando nuevos mercados, tanto simbólicos como económicos. La cultura del rédito nos vuelve fatalmente más efectistas. Aunque no deja de producir tragedias. Cuenta la leyenda que cuando Nirvana tocó en Brasil, Kurt Cobain le escribió una carta a Días Batista, compositor de la genial banda Os Mutantes, que decía básicamente: "Cuidate. El sistema no perdona". Días Batista le contestó, un tiempo después: "El sistema ya me tragó y escupió hace rato. Cuidate vos". Legitimar, como bien sabemos, significa crear leyes, imponerlas. Las instituciones que finalmente inciden en el cincelado de "la institución arte" casi siempre funcionan como un horno microondas: recalientan menús que ya fueron degustados en toda su frescura por fuera de ellas un buen tiempo antes. Su dinámica permanece definitivamente más cerca de una biblioteca de nuevos clásicos que de un cuaderno de apuntes.

–En ese contexto, ¿qué actitud te interesa adoptar?

–Mi apuesta invariablemente se dirige a lo provisorio, al estado de riesgo, de inminente y posible fracaso, frente a las instituciones que son una máquina de institucionalizar: convierten toda regla en un recetario.