En la sintaxis urbana, los espacios deshabitados sin dudas se presentan cada vez más densos de significados. No estaría nada mal trazar un gran mapa de una ciudad como Buenos Aires señalando distintas taxonomías de ese síntoma tan expandido que llamamos deshabitar. Inmuebles que permanecen deshabitados por décadas, otros que en su longevidad de ausencias parecen jamás deteriorarse, y en este sentido la deshabitación como índice de las velocidades de desgaste, de la decrepitud de una urbe, constituyen un repertorio por demás potente. Deshabitaciones célebres como la de la confitería El Molino o Harrod’s, así como otras percibidas en tanto múltiples (pensemos en las decenas de estaciones de servicio -diseminadas por toda la guía Filcar- que se inauguraron en la década pasada y hoy permanecen tapiadas). Por ejemplo, puede aventurarse una historia de la avenida Rivadavia a partir de estos paréntesis y tesoros de squaters: un catálogo de comercios, departamentos, viejos hoteles y edificaciones a medio demoler.
El imaginario heterogéneo que atraviesa y se despliega desde estos sitios determina un sinnúmero de narrativas de la contemporaneidad (pues existe un deshabitar contemporáneo así como existe un deshabitar moderno que por supuesto no se precisa por el estilo o la cronología de la construcción) que desde otras perspectivas estuvimos analizando últimamente.
Deshabitación es el conjunto de huellas e indicios, de marcas y signos que se esparcen en el espacio que antes fue habitado. El recorrido de intereses trama infinidad de imágenes de todo tipo en artistas de distintas generaciones (enumero unos pocos): así Juan Travnik (1950) y su proyecto La Huella, o bien la serie Deshabitado del chileno Rodrigo Opazo (1964), o Laura Glusman (1971), que viene realizando un registro precioso de las cabañas y ranchos deshabitados en la isla que enfrenta la ciudad de Rosario río Paraná mediante, o el fueguino Gustavo Groh (1971) en algunas de sus desoladas experiencias con cámaras estenopeicas. Pero por sobre todo en la excepcional serie Negocios Cerrados de Geraldine Lanteri (1975, foto), que constituye un muy completo y preciso archivo-compendio de tantos sitios que ya no pueden ser habitados tal como lo fueron en algún tiempo. Son cientos de historias entrelazadas en un mismo indicio, en la sensación de una saga concluida pero no tanto.
La imaginería de la deshabitación resulta por demás sobrexpandida con solo husmear un poco; tal es así que atraviesa en su diversidad tanto la obra de monstruos del calibre de Piranesi y buena parte de la de Friedrich, como el estupor ante el descubrimiento de Machu Pichu, además de narraciones como las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury y videogames del estilo de Tomb Raider. (Buena parte de la producción de relatos de terror se construye sobre la desgracias acaecidas al intentar rehabitar locaciones largo tiempo abandonadas).
Ahora, pensemos una vez más en el capítulo de Animatrix titulado Beyond al que me referí en el posteo anterior -que no azarosamente transcurre en una casa deshabitada y en su relación con la instalación-: ¿no traducen muchas de éstas la singular sensación de ingresar a un espacio abandonado en un momento preciso? Cuando un artista da por concluida su obra-instalación ¿no la está deshabitando con el fin de transformarnos en espectadores-intrusos? (una vez más pienso en los Laboratorios Baigorria -por ejemplo, en la Sala de Servicio de Palomas Mensajeras de Estudio Abierto, que habitualmente se instala en espacios célebres total o parcialmente deshabitados-).
Otro acertadísimo error en el programa, en el cual las narraciones se continúan en sus más extrañados cursos.
miércoles, 13 de junio de 2007
Otro también fuera de sí: más poéticas de la deshabitación
Publicado por rafael cippolini en 2:16:00 p. m.
Etiquetas: ciudades, ensayos + adelantos, exploraciones, miradas, mitologías