jueves, 23 de junio de 2011

Webgnosis

Me gusta pensar que la web es un gran experimento para resituar al mundo físico. Proponiendo entonces un juego de palabras, esta sería justamente la física de la web: no necesitamos de la teoría de las cuerdas para entender que podemos interactuar en dimensiones diversas.

Hace ya unos años, en las Jornadas Anfibias realizadas en Villa Ocampo se generó la discusión sobre las distintas genealogías de un planteo de dimensiones yuxtapuestas después de proyectar el último de los cortos que conforman la serie Animatrix. Me refiero a Matriculated, animé dirigido por Peter Chung. En un posteo de entonces volví sobre estos argumentos. Alguien sugirió si un relato como las borgeanas ruinas circulares no insistían ya en lo mismo. El año pasado, la última película de Christopher Nolan, Incepcion –estrenada en Argentina como El Origen- renovaba la misma estructura.

La diferencia básica es que en Matriculated ya no se trata de una gran caja china de sueños, sino por el contrario, de las problemáticas relaciones entre entornos digitales y entornos unplugged. Ni más ni menos que el ABC de la anfibiedad. Ese mismo portal que nos habilita al gran mercado de identidades: somos lo que la web informa de nosotros.

Esta división ideológica determina distintos tipos de glosarios y por ende de semiosis. Porque es cada vez más evidente que existe una web digerible y explicable en términos económicos (sigue siendo el gran límite de las redes sociales y de las ciberculturas más estándar) y otra web incuantificable, suerte de anárquica caja negra donde se resignifican todas las pesadillas y desbordes freak de la humanidad (¿o post-humanidad?). Hago referencia al arquetipo web que se establece en experiencias como el ya clásico Technosis, de Erik Davis. No en vano un cercano Mark Dery sugirió la vinculación de este tipo de tentativas a los desbordes de Genesis P. Orridge y su autosugestión por ruido televisivo.

Lo que en los sesentas para un David Lamelas –pensemos en su obra del Di Tella Situación de tiempo, que reconstruimos en prototipo para la muestra Televisión en Fundación Telefónica- era ni más ni menos un ejercicio de trance de raíz escultórica, para los miembros de Psychic TV fue el inicio de una secta. ¿Por qué la gran mayoría de glosadores de Bataille no revisan estas coordenadas, ahí donde una religiosidad extraviada en una perversa concepción de la tecnología muestra su cara más oscilante?

Nuestras neurosis sin dudas se alimentan de este desfasaje anfibio. Porque la web no es sueño y tampoco se adecúa fácilmente a los imperativos de los siempre renovados manuales de negocios. Por otra parte, en la web no pre-existen oscuras deidades. Por el contrario, su tiempo es una emulsión de nuestro presente colectivo. Es una verdadera lástima que el net-art siga mayormente encapsulado en su pretensión de autonomía artística. Es en este eje donde el hacktivismo más atractivo se extravía en su mesianismo: transformar los modos en que percibimos la web no es tan distinto de modificar muchas de las metáforas que sostienen nuestro nivel de autoindagación de la realidad.

Cuando hace años me invitaron a realizar una curaduría en Second Life lo primero que me pregunté fue ¿no es redundante trasladar nuestra idea de arte a este metaverso? ¿Ya no existen demasiados museos y galerías en nuestro entorno?

También es en esta coyuntura donde las perspectivas situacionistas se muestran no sólo agotadas, sino redundantes. Como activista patafísico, descreo que el dixit de Guy Debord y su troupe sea una buena instancia de referencia, como en su momento lo propuso Stewart Home.

La épica de los superhéroes indicaban un camino más certero: crisis en los infinitos mundos.

¿Cuántas son las caras de la anfibiedad digital? Esa es una pregunta más atractiva. ¿De cuántos modos estamos capacitados para asimilar la anfibiedad? Es una respuesta a la que nadie se anima del todo. Baricco asimiló este desajuste a un nuevo tipo de barbarie. Demasiado general. Es fácil inventar bárbaros (una tarea secular, por demás). Repitamos: como si la neurosis fuera sólo una consecuencia, y no un motor que sostiene nuestras interrelaciones.

Admitámoslo: nada más verdadero que nuestras tecnoneurosis.