martes, 15 de marzo de 2011

¿Un canon de tsunamis?

¿Estamos compitiendo en nuestro inventario de nuevas y a la vez ancestrales catástrofes? ¿Para qué inventamos al canon? ¿Para deshacernos de la inabarcable potencia de la mirada? ¿Qué tanto sabemos observar a nuestro entorno?

El canon no es otra cosa que un modo de tensionar a la tradición: un ranking ocasional, mutable. Un elemento de discusión (hace tiempo que aprendimos que las jerarquías nos sirven ante todo, para organizarnos internamente ¿por qué nos dejamos seducir más por unas estéticas que otras?

Detrás de cada estética se articula una estrategia, aunque esta no sea del todo perceptible en un primer análisis. La tradición rescata, preserva y establece un mapa de esas estrategias: el mundo no es más que lo que creemos percibir.
Por supuesto, la panorámica que escribí semanas atrás para Ñ daba cuenta de la atomización por sobreexpansión de ese concentrado que insistimos en llamar canon. Adhiero a la dispersión: me gusta que mis sentidos se pierdan.

Es más, todo el arte que me interesa insiste en esta dispersión, en la sucesión interminable de pistas que nos convencen que no hay un camino, sino miles y miles.
Este blog, durante años, no fue otra cosa que la puesta en escena de un catálogo de poéticas de la información. Porque si la información es discurso entonces no puede abdicar de su estilo. Hasta el más ridículo de los anuncios comerciales posee su estilo. La vida cotidiana es pura estética, ahí donde el gesto esteticista se vuelve redundante.
Discutamos con Rancière: no es que las artes visuales se hayan apropiado de la palabra, menos aún que la hayan monopolizado. Sino que disponiéndolas en otro estado (en otra dimensión, por fuera de las sintonías habituales de recepción) nos permiten suspendernos, reinventarnos como lectores.
Coincido plenamente con Jordi Carrión: las artes visuales no sólo nos han reenseñado a leer, sino que han puesto en crisis tantos otros modelos habituales de lectura. Por empezar, muchos de los modelos literarios más afianzados del siglo XX.

Mi elección por el ensayo como modo de interrelacionarme con el mundo no obedece a ninguna coyuntura distinta: si la ficción está en crisis es porque sus protocolos ya dejaron de ser efectivos. Al menos tan efectivos.

Será por eso que elijo –siempre- a Pynchon sobre Sebald: la nostalgia es una velocidad que entorpece. La enloquecida nave del escritor del cual sólo conocemos cuatro retratos (antiguos) no se ancla en viejas formas de percibir el mundo, sino en reinventar el pasado como si nunca hubiera sucedido. Al menos, no de la misma manera.

¿Alto, bajo? Carrión cita a Aira: “ Lo verdaderamente inexplicable no tiene otro santuario que los medios de comunicación masivos”. ¿Dónde comienzan y cómo se conforman los medios masivos de comunicación? ¿La masividad implica qué distribución de número? ¿Muchísimas miradas en un único punto? En los ochentas y parte de los noventa las noticias sólo se glosaban en publicaciones que necesariamente nos alcanzaban con retraso. En la web la instantaneidad se compone de discursos contaminados de viralidad digital: la información no es más que “otro pedazo de atmósfera”, para citar al eterno Federico Peralta Ramos.

Dispersión, distención. Me viene a la memoria un relato que me leyó mi hermana cuando estaba en la primaria. Para un clochard que habitaba en la intemperie, “la televisión era el cielo estrellado”. ¿Existe algo menos direccionado que un cielo estrellado? ¿No será que debemos seguir pensando las coincidencias de términos y conceptos como canon y pantalla? Las computadoras personales hicieron de la pantalla un escritorio. Deberíamos prestar más atención a una de las máximas jamás escritas del arte contemporáneo: la ventana (el marco, el borde de mirada) es un espacio como cualquier otro.

Hasta no hace mucho, mi modo de accionar el Cippodromo era desmontar la poética de una información bien específica (espesores del porno, las relaciones entre virtualidad y visualidad, entre digitalidad y percepción, entre cultura web y hábito). Todo en el cruce de una temporalidad específica: ese tiempo fluctuante que es el tiempo de internet. El mismo tiempo y la misma fluctuación que están demoliendo nuestras relaciones con la ficción.
Publico menos en este blog, posteo menos. ¿Quiere decir esto que mi tiempo es menos digital? ¿Qué intento reinventar mis contactos con la ficción?
El futuro se vuelve cada vez más arcaico, justo ahí donde no existe nada más contemporáneo que lo arcaico.
¿Estamos en condiciones de fabricar masivamente computadoras sumergibles que resistan cualquier amenaza de tsunami?