domingo, 10 de mayo de 2009

La teoría considerada como una tauromaquia

¿Cuándo una teoría es peligrosa?
Cuando nos perturba (en todos los sentidos del término) Cuando invade e infecta imaginarios que parecían estar ganados por la calma.

Cuando logra convencernos que nuestros refugios (nuestra experiencia, nuestra sensibilidad, nuestra intuición) no son nada fiables, nada seguros.

¿No es precisamente éste uno de los nudos en los que se interpotencia con la ficción? Excusadas de los imperativos de verdad, incluso de eficacia, teoría y ficción se participan y convidan mutuamente, produciendo desajustes que interfieren en los vértices de nuestras concepciones del mundo.

“Deleuze dice que fabricamos conceptos. Un trabajo como cualquier otro. No fabricamos un modo de explicación ni de verdad, sino una forma de visión, de estilo, para ver y descifrar.

El pensamiento funciona y nosotros lo hacemos funcionar. Pero me pregunto se la contrafinalidad de ese pensamiento no funciona a nuestro pesar.” (Baudrillard dixit).

Covers teóricos, remixes teóricos, remakes teóricas. La ficción se desliza en todos ellos. No tanto como estilo (la peor cara del ocio, el último refugio de la pedantería burguesa) sino como reutilización, en tanto resemantización.

Los materiales son otros: no hay más que revisar nuestra mesa de trabajo. No me canso de glosar La edad del hombre, de Michel Leiris. Sobre todo su indispensable introducción: La literatura considerada como una tauromaquia.

“Lo que ocurre en el terreno de la escritura ¿no está acaso desprovisto de valor si sólo es estético, anodino, sin aval; si no existe nada en el hecho de escribir una obra que sea equivalente de lo que para el torero es el afilado cuerno del toro: lo único –en razón de la amenaza material que encubre- que confiere una realidad humana a su arte y le impide ser otra cosa más que fútiles encantos de bailarina?” (Leiris dixit).

Extraño minotauro que no es sino una imagen deformada de nosotros mismos: ningún enemigo nos supera cuando se trata de ese yo arrojado contra sí. Avanzamos ahí, justamente donde nos sentimos débiles. Donde la red falla, donde crecen los agujeros, donde lo seguro se transforma en balbuceo. Las teorías más peligrosas se entrometen con nuestros miedos.
¿De qué forma modelamos nuestras ficciones rectoras?

Maffesoli: “Demasiado obnubilados por una lógica del deber ser, cuyos contornos son de lo más rígidos, hemos olvidado por completo ese poderoso relativismo popular, profundamente arraigado, para el cual ‘el mundo en el que penetramos al nacer es brutal y cruel y, al mismo tiempo, de una belleza divina’. “ (Maffesoli cita a Jung).

Estos últimos días estuve re-escuchando maniáticamente Van der Graaf Generator. Sería estúpido no hacerlo: la web afecta nuestro presente en la instantaneidad de todos los pasados. Las emociones que creía resguardadas reaparecieron de otra forma. Youtube nos acerca pasados que memorizábamos sin dimensión, de una forma plana, en el blanco y negro de las revistas de hace mucho tiempo.

Tengo otras tantas hipótesis sobre Hammill y los suyos. Sobre su performance, sobre su gestualidad y lírica. ¿Cómo acercarme al arte contemporáneo sin revisar una y otra vez con qué materiales fueron templadas las percepciones que todavía gravitan sobre mis formas de ver, de entender?

Teorizamos con nuestros sentidos. Cuando teorizamos, escribimos no sólo con lo que escuchamos y vimos y degustamos, sino también con nuestros cambios de humor, nuestros atajos y pequeñas epifanías. Sólo por esto el ensayo siempre será superior al paper. Que suene ingenuo, pero ojalá algún día pueda escribir y teorizar con la misma crudeza con la que me reencuentro en estos videos de Hammill.

En un reportaje no demasiado viejo Jean Echenoz dijo “aún soy lo suficientemente dúctil” (no tengo el texto conmigo, buscaré más tarde la cita exacta a la que me gusta entender como “aún puedo creerme influenciable, todavía puedo cambiar de opinión”).


También releo a Bernard Berenson: “El mundo fuera de nosotros, el non ego que se extiende delante y alrededor de nosotros, es una escritura que debemos aprender a leer, una escritura, además, no como la china con sus miserables cuarenta mil ideogramas, sino con un número infinito”.