No es que las ficciones avancen, sino que la realidad retrocede.
Bueno, ya sabemos. Toda ficción es una prueba de contexto. Tanto de tiempo como de espacio. Y no sólo un ejercicio de manipulación (no me refiero a The Truman Show, a experimentar dentro de una pecera –a la ficción como sustitución de contexto y mampostería fraudulenta- sino, por el contrario, la interferencia en el paso de la imagen a la mirada y viceversa.)
El antropólogo Marc Augé lo puntualiza así:
“Las imágenes llamadas virtuales no lo son en calidad de imágenes. (…) Al contrario, todas las ficciones a las cuales dan forma, todos los mundos que representan (como en los videojuegos) no son forzosamente virtuales sino tienen ninguna oportunidad de hacerse actuales o realizarse, mientras no sean realidades en potencia. En cambio, lo que es virtual y que podría ser una amenaza es el efecto de fascinación absoluta, de devoción recíproca de la imagen a la mirada y de la mirada a la imagen que el desarrollo de las tecnologías de la imagen puede generar.” (También acá.)
Roger Caillois nos recordó que hasta el Siglo XVIII muchos bestiarios todavía enumeraban unicornios. ¿Qué necesidad teníamos de ver esos cuernos en la cabeza de los caballos?
Era de esperar que, sometidos a los vaivenes de nuestro mundo anfibio (este contexto en el cual los límites entre lo digital y no digital muchas veces se enrarecen en nuestra memoria), las ficciones perceptivas de nuestra época tiemblen ante la certeza de que centenares de cánones subsistan.
En el citado artículo titulado “Sobremodernidad”, Augé insiste en la incierta distinción entre real y ficción. “Los acontecimientos están concebidos y escenificados para ser vistos en la televisión. Lo que veíamos de la Guerra del Golfo tenía la apariencia de un videojuego. El desembarco a Somalía se hizo a la hora anunciada, como cualquier otro espectáculo, delante de centenares de periodistas. Si la vida política internacional, hoy día a menudos tiene aspecto de teleteatro, es sin dudas ante todo porque debe ser llevada a la pantalla, por múltiples razones, en las cuales intervienen tanto los cálculos tácticos de los actores como las expectativas o costumbres de los espectadores”.
Todo régimen de espectador (nuestra conformación como espectadores, la arquitectura de nuestra percepción) se modulaba en un canon, en una “jerarquía de consumo” ya visual o perceptivo. “Así las ordenes mendicantes, y luego los jesuitas, para convertir a los aborígenes mexicanos, empezaron a sustituir sus imágenes, la de una tradición azteca muy rica en este ámbito, por las del barroco cristiano y castellano”.
Así se expandieron las políticas de la modernidad, reemplazando –sustituyendo- un canon perceptivo por otro, enrocando un modo de percibir por otro. Un canon (en este caso el de los conquistadores españoles) embistiendo contra otro canon (el azteca en este ejemplo).
La diferencia substancial del escenario actual con el del mundo moderno es que esa multitud de cánones ya no luchan por ser únicos, sino solamente por sostener su espacio de selección y ganar más espectadores.
No tan lejano a una guerra por el rating: cada canon tiene sus espectadores, salvo que los poderosos siempre tienen muchos más. No son más que las coordenadas del multiculturalismo en tiempos de globalización.
Sobrevivir en la coexistencia. Sucede con el arte contemporáneo: las listas de artistas que conforman cualquier escena son cada vez más extensas. Los libros y las revistas de arte parten siempre de listas (la cabeza de los espectadores imitan al Art Now de Taschen). Desde las publicaciones mas conservadoras, como October, hasta las más improbables, como los miles y miles de fanzines electrónicos, cada cual elabora (a veces no del todo conscientemente) su lista.
La programación anual de cualquier museo de arte no es más que una lista que se debate entre las posibilidades de producción y las preferencias.
Los cánones no son otra cosa que contextos ganados en especificidad. Constelaciones de sentido construidas en la relación entre las imágenes propuestas. Líneas de linkeo. Lo que podemos percibir estará siempre contenido por la potencia de intromisión que estos contextos ejerzan sobre nosotros.
No son más mundos: sólo que disponemos de ellos de otro modo.
La infoxicación no es más que el miedo a la posibilidad de ecualizar el impacto que todos esos mundos tienen sobre nosotros.
Cuando estaba en la secundaria fabriqué con unos tarjetones de cartulina mis propias Estrategias Oblicuas (hoy existen programas en la web que las emulan). Su principio no es nada complejo: simplemente descontextualizan, introducen un interrogante indebido. Nos obligan a tomar en serio (a soportar) esa descontextualización.
Contextualizamos una y otra vez por necesidad. Por coacción. Para protegernos. Baudrillard lo preguntó hace mucho tiempo:
“[Ya no] ¿Qué vamos a hacer después de la orgía? Sino ¿qué vamos a hacer cuando la orgía ya no ocurra?”.
viernes, 3 de abril de 2009
Orgías
Publicado por rafael cippolini en 10:39:00 a. m.
Etiquetas: anfibiología, Descontextos, estética(s) del sentido, miradas, Paisaje e Ideología, política de fines, Quantum, régimenes de ficción, Serie Pornográfica, violentainment