jueves, 20 de diciembre de 2007

Economía política de la red: conectados al descontrol

“Ya no se trata sólo de compartir información, sino de diseñar contextos”, me decía días atrás Pablo Mancini. Se trata de abrir el código, de disponerlo para que otros lo utilicen. Mientras tanto, fui persiguiendo una noción resignificada desde hace mucho tiempo por la tecnología; me refiero a la idea de conexión. Se trata de formas de “estar conectados”, de “estar en línea”. Estar conectado es estar en funcionamiento, sin olvidar jamás que toda conexión es un enlace, una relación entre cosas o personas.
Mancini piensa la generación de contexto como un punto de partida. Y un contexto ya no puede ser nada distinto a una red. Una trama que muy pronto se saldrá de control. Como quien apronta las primeras piedras que invariablemente se convertirán en alud. Cientos o miles de cuerpos en pleno avance, pero conectados.

En mi manera de entender la política una red-alud realmente funciona cuando nadie puede apretar unilateralmente la tecla “stop”. Hay redes que parecen funcionar, pero si una sola voluntad (o unas pocas) pueden detenerla, es que algo nunca estuvo bien.

La mejor forma de generar contexto es alentar la proliferación descontrolada.

Existen muchas clases de anarquismo. El que más me interesa sigue siendo aquel que estimula el descontrol, ya sea sobre la información como sobre el contexto. Hay que volver una vez más a los efectos que abrió Feyerabend.

La construcción de poder, culturalmente, sigue estando vinculada al dominio sobre el sentido dado por la forma, que invariablemente resulta instrumental.

Accidentes y coyunturas y curiosas yuxtaposiciones de eventos son la sustancia misma de la historia, y la complejidad del cambio humano y el carácter impredictible de las últimas consecuencias de cualquier acto o decisión de los hombres, su rasgo más sobresaliente ¿Vamos a creer verdaderamente que un racimo de simples e ingenuas reglas sea capaz de explicar tal red de interacciones?” (Feyerabend).

En tiempos de capitalismo cognitivo y new economy, la decisión de alentar esta proliferación autónoma de sentido determina toda una filosofía política, es decir, una razón de fondo. El sentido siempre prolifera, esa parece ser su naturaleza. La violencia radica en intentar incidir, una y otra vez, sobre esa proliferación. Una proliferación que no respeta ningún campo, que salta, zigzaguea, produce interminables giros.

Por supuesto, descontrol no implica ni exabrupto ni violencia. Por el contrario: se trata no sólo perder el dominio, sino de darlo. Siempre existe más violencia en tratar de dominar (es decir controlar) el avance infatigable del sentido que en alentarlo.

El arte, al menos de manera decidida hace casi cuatro décadas, es una investigación sobre el sentido desde la forma. El concepto de campo muchas veces se me antoja como un corral en el cual el pastor vigila. Me estimula mucho más pensar en la caza del ñandú que fascinó a Francis Alÿs: sólo seguir a la presa. Caminar detrás de ella durante días y días, esperando a que se canse. La paradoja es que el sentido a veces parece más estable, pero jamás se cansa.


El control exige el rédito en un plazo: esa es la razón de su dominio.
En el descontrol proliferante, esta ecuación resulta renovadamente burlada.

“Si se habla de cosmología como depósito actual del mito, no se puede hablar más que cerca o a la sombra de Arecibo. Desde Arecibo se configura o se provoca el mito, ya que desde ese observatorio, y desde hace años, se lanzan hacia todas las galaxias visibles en nuestro universo, es decir varios miles de millones de puntos en la clara carta celeste, señales evidentes, inteligibles, descifrables por cualquier ser dotado de inteligencia. (…) Arecibo es pues la metáfora del mito. También la de aquel que emite señales, signos, sin saber si, del otro lado del espacio, alguien va a responder…” (Severo Sarduy).

Si no producimos hospitalarios descontroles en la red, la red terminará por controlarnos.