miércoles, 20 de junio de 2007

Lo abismable: más allá de todo rastro

Abismado es quien da con un abismo, aquel que lo intercepta. O bien vamos en su búsqueda, o es el abismo el que se topa con nosotros y nos invade. Ahora bien: si es así, si sucede que un abismo nos asalta (¿cuántas clases de abismos existen? ¿en qué se diferencian?) esto seguramente se debe a que en tanto sujetos somos abismables: o sea, poseemos la cualidad (ya latente o en plena praxis) de dejarnos abismar. Nuestra naturaleza es apta para recibir al abismo. De hecho fue Nietzsche quien escribió: “cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti”. Me gusta esta propuesta de doble voyeurismo: es inquietante solo imaginar a un abismo que nos observa, que espera para husmear en nuestros interiores.
Hay quienes mal confunden abismo con vacío, incluso con vértigo: lo cierto es que el abismo es ante todo una topología de la incertidumbre del fin, de la conclusión. Abismarse implica perder toda referencia del margen, de horizonte de relación. Abismo es ante todo noticia de falta de medida: es lo inmenso, lo insondable e incomprensible. Si abismado se utiliza como sinónimo de ensimismado, es porque el sujeto afectado se encuentra en una zona imposible de rastrear. Un sobre sí mismo que dificulta toda escisión.
Como nos indica Cirlot, dos ideas batallan por la palabra abismo, confundiéndose y entremezclándose. Abismo es lo profundo de lo profundo (un profundo al cuadrado) y también lo inferior (lo muy inferior). Pero el abismo, como dije, no posee ninguna preferencia topológica cierta: es ubicuo, aguarda en cualquiera de nuestros estados, desconociendo toda marca anterior.
Lo abismable termina por certificarse en una afectación profunda: inescrutable, hermético, infame e invariablemente ilimitado. Cualidades que parecen concentrarse en extremo en ciertas experiencias estéticas que, eligiendo su epicentro en algunas zonas muy intensas de los ochentas se expanden en todas direcciones (los posmodernos ochentas que reelaboraron una y otra vez toda clase de citas). Trazo mi más que heterogéneo ranking: cualquiera de los discos de Genesis P-Orridge y Psychic TV, Videodrome, de David Cronemberg, Nightbreed, de Clive Barker, Blood, de This Mortal Coil, Abyss, de James Cameron, Buscavidas, de Alberto Breccia, Prayers on Fire, de Birthday Party, Invasion of The Elvis Zombies, de Gary Panter, Akira, de Katsuhiro Otomo, Successive Reflexes: Liquid Liquid de Elliot Sharp, La Comète de Carthage, de Yves Chaland, y ya en los 90 una novela que releí varias veces: NOX, de Thomas Hettche.
Desplegándolas, todo lo que intuyo sobre lo abismable se concentra en cada una de estas elecciones: cualidad condensada en narración visual o sonora. Una alteración radical de toda noción de refugio.

Finalmente estás cansado /Adentro es el afuera sin márgenes / Antes de todo juicio /
estamos condenados / Arder aquí no significa / nada / Sucumbir tampoco / resulta suficiente.
Oscar Portela. "Palabras al Abismo".