viernes, 16 de marzo de 2007

Pequeñas leyendas y cybercruzadas

Para despedirme definitivamente de ramona (adiós, ramona, adiós) elegí un síntoma de los más poderosos: lo incondicionalmente frágil. Saltando por un momento más allá o más acá de la narración que ocupa esa no extensa memoria (un acotado merodeo autobiográfico por uno de los corazones de aquellos años 90 que saldrá editada en el número 68) necesito extender ahora otra plataforma de fragilidad para sumergirme en uno de los imaginarios que mas atesoro. Seguí con mucha atención lo que Anita decía sobre Inconsciente Animé y, amparado en que los imaginarios colectivos resultan social y temporalmente localizables pero aún así expanden con sus mutables formas las fronteras de las hipótesis que tenemos en cultivo, quiero detenerme en una prehistoria que me apetece por demás emotiva. El link me lo da una referencia de Fernando García en su biografía dedicada a Berni, titulada Los ojos.

Leemos: "Al diseñar una obra narrativa en cuadros para sostener un personaje, “Juanito” lleva a Berni a una apropiación del método de la historieta. Aquí también aplica estrategias del arte alto para sumergirse en las profundidades lacustres (laguna) de la cultura popular. Por extraño que parezca, el mundo de la guerra fría genera una reacción telúrica que empuja a la creación de héroes niños. Así como Berni va dando forma a su criatura, en el otro extremo del mundo, sobre el filo de los años cincuenta, aparece Tetsuwan Atom, el chico atómico que Occidente conoce como Astroboy. Es la obra mayor del dibujante japonés Osamu Tezuka, que impone en esos ojos demasiado grandes la agenda estética del manga, la revolucionaria historieta japonesa. Tetsuwan Atom, que debió haberse traducido como “Atom Boy”, debía su nombre a los residuos nucleares, a la masacre en vida de las víctimas de Hiroshima. Pero en el ánimo de Tezuka estaba la creación de una utopía tecnológica pacifista, de un neorrealismo para pasado mañana que en el subdesarrollo del desarrollismo que es el pathos de Juanito se vuelve distopía”.

Ese imaginario de los cincuentas-sesentas (que rebota y se multiplica en los setentas, pero sobre todo en mis setentas) que vertebra economías estéticas que además de las citadas asumen motivantes riesgos como Alphaville de Godard, Stalker y Solaris de Tarkovsky (me queda para otra vez relatarles las aventuras de mi amigo Dipi con ese gigante llamado Stanislaw Lem) es en el que abreva el maquinismo disconformista de Lux Lindner, que en alguna oportunidad declaró que se sentía tan atraído por la tecnología animé de Meteoro como por la épica cósmica de los ornamentos del primer peronismo.
Cada uno de nosotros reprocesa y reprograma los núcleos intensos que estimularon nuestras primeras imaginaciones y reelabora con ellos el sentido de las praxis que elegimos como indicadores de dirección.
Por favor: pulsen ON a sus anamnesis y aceleren la conexión.

Por mi parte, quiero rescatar esta mitología de héroes niños hechos o rodeados de hojalata que modelaron muchos de los sueños de nuestras infancias. El corazón (atómico e informático) de nuestros artistas desprogramadores y reprogramadores tienen en ellos una nueva Cruzada de los niños, para citar al genial Marcel Schwob. Una vez más, la infancia de aquella sensación de sentirnos programas.

Posdata: el próximo lunes 19 a las 19 hs presentaremos con Prior en el Malba el grosso (en tamaño) libro que escribí sobre todos estos años de Alfredo como artista. Me encantaría (mucho) que estuvieran ahí.